12 junio 2014. Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote – Puntos de oración

Al celebrar hoy la fiesta de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, la liturgia nos pone delante del relato de la institución de la Eucaristía que narra san Lucas. Desde él podemos comprender mejor este misterio de Jesús y captar su repercusión en nosotros. Pidamos luz para ello al Espíritu Santo. Y leámoslo con atención.

Las primeras palabras del evangelio son: “llegada la hora”; y las de Jesús: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer”.

Es el momento de la salvación, es la hora de Jesús, que se ofrece como sacerdote por todos nosotros. Pero junto a ese padecer Jesús predice su victoria final, cuando dice que esa comida y esa bebida “…no la comeré más hasta que se cumpla en el reino de Dios”.

Jesús nos lo dice también a nosotros, recordándonos una vez más que gracias a su muerte y resurrección se pude cumplir en nuestra vida la parábola del grano de trigo: si no cae en tierra y se muere, no da fruto, pero si muere da mucho fruto.

Después llega la institución de la Eucaristía: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”

Jesús, que con numerosos actos de misericordia había nutrido a la gente a lo largo de todo el Evangelio y que había distribuido pan y pescado a la multitud hambrienta, ahora vuelve a alimentar a los apóstoles. Pero ahora el alimento es el mismo Jesús: no un Jesús abstracto sino un Jesús que se “da” a sí mismo por sus discípulos.

Y la frase “por vosotros” quiere recalcarnos que ese ofrecimiento de Jesús, no es únicamente el resultado de una violencia absurda sino una muerte padecida por el bien de todos los hombres. Jesús se entrega por los que ama, por sus discípulos, por cada uno de nosotros.

Después coge el cáliz de vino: “Esta copa es la Nueva Alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros”. Subraya de nuevo que su muerte es por el bien de los que ama, y que derrama su sangre.

Es una imagen bíblica, pues ya en el Antiguo Testamento la Alianza entre Yahveh y el pueblo se realiza mediante un ritual de sangre. Moisés derrama la sangre sobre el altar y luego sobre la comunidad diciendo: “Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros” (Ex 24,8). Jesús cumple la promesa hecha, no sólo desde Moisés, sino desde los orígenes de la historia de la salvación. Jesús se nos da hasta la última gota de su sangre.

Pero entre el gesto sobre el pan y el de la copa, Jesús dice: “Haced esto en memoria mía”.

Con esas palabras está encargando a los apóstoles la delicada misión de conectarle con todas los discípulos que iremos siendo llamados por Él a lo largo del tiempo.

Les encarga “hacerle presente”, con todo lo que Él es e implica. Así Él puede estar presente en medio de nosotros hoy, gracias al ministerio de los apóstoles, quienes cumplen el mandato de “Haced esto en memoria mía”. Es la gran misión de los sacerdotes.

Gracias a ellos, el sacerdocio de Jesús continúa presente en medio de la Iglesia: el don de su vida por sus discípulos continúa vivo en aquellos que junto con Él son llamados a hacer lo mismo. Esto se realiza en la liturgia, en una vida de dedicación completa al servicio de los demás y, sobre todo, en la configuración de la propia personal con Jesús Eucaristía. Como dice san Juan Eudes:

“El Corazón de Jesús no es solamente el Templo, sino el altar del divino amor. Él es el soberano sacerdote que se ofrece continuamente con amor infinito. Ofrezcámonos con Él, que Él nos consuma enteramente en el fuego de amor de su corazón”.

Terminemos nuestro rato de oración, unidos a esta oración de san Juan Eudes, pidiendo intensamente por nuestros sacerdotes.

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