5 junio 2014. Jueves de la séptima semana de Pascua – Puntos de oración

Y los has amado a ellos como me has amado a Mí” (Jn 17, 23)

El Padre, que ama al Unigénito, ama también a sus miembros, adoptados en El y por El. Amando al Hijo, no podía dejar de amar a sus miembros, ni tener otra razón para amarlos sino la de amarle a Él. Ama al Hijo según la divinidad, por haberle engendrado igual a Sí mismo, y le ama también en cuanto hombre, porque el mismo Verbo unigénito se hizo carne, y por el Verbo le es muy querida la carne del Verbo; mas a nosotros nos ama porque somos miembros de su Amado, y para que lo fuésemos nos amó antes de que existiésemos.

El amor con que Dios ama es incomprensible y, al mismo tiempo, inmutable. Porque no comenzó a amarnos desde cuando fuimos con El reconciliados por la sangre de su Hijo, sino que nos amó antes de la formación del mundo para que, juntamente con su Hijo, fuésemos hijos suyos, cuando nosotros no éramos absolutamente nada. Pero, al decir que hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, no debemos oírlo ni tomarlo como si el Hijo nos haya reconciliado con El para comenzar a amar a quienes antes odiaba, al modo que un enemigo se reconcilia con otro enemigo para hacerse amigos, amándose después los que antes se odiaban; sino que fuimos reconciliados con el que ya nos amaba y cuyos enemigos éramos por el pecado. De la verdad de ambas cosas da testimonio el Apóstol, diciendo: Recomienda Dios su amor hacia nosotros porque Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores.

Nos amaba aun cuando nosotros obrábamos la maldad valiéndonos de la enemistad en contra suya, y, no obstante, con toda verdad se dijo de El: Odiaste, Señor, a todos los que obran la maldad. Y así, de un modo admirable y divino nos amaba cuando nos odiaba, porque odiaba en nosotros lo que Él no había hecho; mas, porque nuestra iniquidad no había destruido por completo su obra, en cada uno de nosotros odiaba nuestra obra y amaba la suya. Y en este sentido debe entenderse aquello que con toda verdad se ha dicho de El:No has tenido odio a nada de cuanto has hecho. De ningún modo hubiese querido que existieran las cosas por El odiadas ni hubieran existido las que el Omnipotente no hubiera querido, si en las mismas cosas que odia no hubiera algo que El pudiera amar.

Con razón tiene odio al vicio y lo reprueba como ajeno al canon de su arte; pero ama en las mismas cosas viciosas, o su beneficio en enderezarlas, o su juicio en condenarlas. Y así Dios no tiene odio a ninguna de sus obras, porque, siendo el Creador de las naturalezas, no de los vicios, odia los males, que Él no ha hecho; y buenas son las mismas cosas que El hace, ya corrigiendo el mal por su misericordia, ya permitiéndolo por sus secretos juicios. No teniendo, pues, odio a cosa alguna de las que Él ha hecho, ¿quién podrá medir con exactitud el amor que tiene a los miembros de su Unigénito, y mucho menos el que tiene al Unigénito mismo, por el cual fueron creadas tanto las cosas visibles como las invisibles, a las que ama rectísimamente según la ordenación de sus naturalezas? (S. Agustín – Tratado sobre el evangelio de san Juan)

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