Sagrado Corazón en vos confío. Te lo repito: Sagrado Corazón en ti confío.
Es la oración que brota de nuestro pequeño corazón hacia el Corazón grande de Cristo. Es la confianza en un corazón que es bueno, inmensamente bueno. El corazón, como símbolo de los sentimientos del hombre, manifiesta en Cristo lo más bueno y sublime del hombre. Cristo, arquetipo, del ser humano, tiene un corazón perfecto, es decir, un corazón misericordioso.
Si tenemos que parecernos a Cristo e imitarlo para ser santos y salvos, sólo nos queda acercarnos todo lo que podamos a esa misericordia. Cristo nos pide acercarnos a él, porque su yugo es suave y su carga ligera. Es la carga suficiente para que pueda ser llevada sin que nos hunda, pero sin que esté falta de peso. La suavidad del yugo de Cristo es la justa para que no nos haga daño, pero para que se pueda transportar la carga justa.
Cristo no miente, y Cristo nos dice que es manso y humilde de corazón, y allí sí que se puede descansar bien a gusto. San Juan, en el capítulo cuarto de su primera carta apostólica, nos indica cómo es el amor de Dios, y nos dice cómo tenemos que amarnos nosotros. Es una carta preciosa, y es impresionante la declaración del versículo ocho: “Dios es amor”. Pero en el evangelio de san Mateo que leemos hoy, es el propio Jesús el que nos dice cómo se entiende ese amor. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo”, así que para explicarnos cómo es el amor del Padre nos explica cómo es su propio corazón.
Nos queda rezar hoy gozándonos en el amor del Padre que es lo mismo que el Corazón del Hijo.
Bendice alma mía al Señor, porque la misericordia del Señor llena la tierra y dura siempre.