Ayer, tras los cincuenta días de la Pascua se apagaba el cirio Pascual. Quizás pudiste estar en una ceremonia en la que se realizó esta sencilla liturgia. En ella se decía:
“Hoy en día, el día de Pentecostés, para cerrar el tiempo de Pascua, apagaremos el cirio, ahora somos nosotros esta luz de Cristo, también porque educados en la maestría de la escuela del Resucitado, nos hemos llenado del fuego y de los dones del Espíritu Santo, vivamos ahora esta, "Luz de Cristo", que como testigos suyos, irradiaremos como una columna de luz que atraviesa el mundo, entre los hermanos, para guiarlos en el éxodo hacia el cielo, la "tierra prometida" y definitiva.
Ahora vamos a ver, en el curso del año litúrgico, brillar la luz del cirio pascual, sobre todo en dos momentos importantes del camino de la Iglesia: En la primera Pascua que sus hijos vivirán con la recepción del bautismo, y en la última Pascua, cuando, la muerte, entrará en la vida verdadera. Pidamos al Espíritu Santo que su luz ilumine a los nuevos bautizados y que aquellos se pasaran a la patria del Padre puedan ser fundidos en la luz de la luz”
Hoy ya comenzamos el tiempo ordinario. Está bien situarnos. Retomamos las lecturas que dejamos allá por febrero, al comienzo de la cuaresma, y lo hacemos con el evangelio de San mateo en el capítulo 5, las bienaventuranzas y continuaremos con este evangelio hasta el 30 de agosto
Mateo comienza el ministerio público de Jesús con la proclamación de las bienaventuranzas. Todos los detalles de este “discurso programático” son importantes:
- Jesús contempla la muchedumbre que simboliza a toda la humanidad doliente. Y siente compasión. Hace suyos los sufrimientos de cada uno.
- Sube a la montaña, se sienta y comienza a hablar. Todo nos hace pensar que lo que va a decir tiene el sello de su Padre.
- El contenido es paradójico: todos los que sufren tienen dentro de sí la semilla de la felicidad. La tienen, no en virtud de su rectitud moral, de sus cualidades. Son felices, sin comparación ninguna con cualquier otro ser humano (rico, satisfecho, potente), porque Dios se ha puesto de su parte. Son felices porque en el centro mismo de su dolor habita Dios, por difícil, paradójico y casi inhumano que resulte.
Aquí tenemos también cada uno de nosotros el programa para nuestra vida, el programa para nuestro verano. Un programa de felicidad, de servicio, de acogida, de entrega al otro. Lo llamamos, desde nuestro carisma, campaña de la visitación. María lo inauguró viviendo las bienaventuranzas. Ella dijo “desde ahora me llamaran bienaventurada todas las generación”.
Ella es la mejor maestra para vivirlas.