Mañana,
día 19, se celebra en algunos lugares la fiesta del Corpus y en la mayoría de
España se celebra el domingo. Dedicar estos días a preparar esta fecha tan
especial es importante.
Jesús
con la Eucaristía ha pretendido hacer realidad una frase que muchas madres les
dicen a sus hijos: “te comería a besos”. Jesús ha querido que nos lo podamos
comer. Nuestro Dios es un Dios cercano: le podemos ver, le podemos tocar, le
podemos hablar, lo podemos comer. Para las demás religiones y para los que no
creen, Dios está lejos, no pueden tratar con él como nosotros tratamos con
Jesús.
En
la puerta de todos los sagrarios del mundo debería aparecer la frase: “venid a
mí todos los cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. VENID A MÍ, espero que
sientas en tu corazón esta llamada en la oración de hoy.
En
cualquier rato de oración delante de un Sagrario, no es lo más importante mirar
a Jesús, que sí lo es; sino dejarse mirar por Él y sentir esa mirada que te
penetra y te llena por completo: ¡DÉJATE MIRAR POR ÉL!
Esta
mañana estoy con Jesús, haciéndole compañía. Pero es más importante escuchar a
Jesús que te dice desde el Sagrario: “estaré con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo”.
Me
sedujiste, Señor, y me dejé seducir. Tu presencia, Jesús del Sagrario, me
seduce. Me seduces con tu corazón. Me enamoras con tu ternura. Me
abres las puertas de tu Corazón y me dices que la Eucaristía es tu Corazón
vivo, sin puertas.[1]
Es
hermoso estar con él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto,
palpar el amor infinito de su Corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en
nuestro tiempo sobre todo por el “arte de la oración”, como no sentir una
renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en
adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo
Sacramento?[2]
De
la misma forma que los ríos frescos de esta época corren por las montañas sin
que nadie los contemple; de la misma forma que las flores del campo se abren y
perfuman las montañas si que nadie lo note, así Dios en la Eucaristía nos ama y
se sigue entregando por nosotros; aunque no lo notemos, aunque no le hagamos
caso.