“Después de acostado, ya que me quiera dormir, por espacio de un Avemaría
pensar a la hora que me tengo de levantar, y a qué, resumiendo el ejercicio que
tengo de hacer.” (San Ignacio – primera adición – ejercicios
espirituales).
Al día siguiente: iniciaremos nuestro rato exclusivo con el Señor,
poniéndonos en su presencia y recordando la oración preparatoria de san
Ignacio:
“Pedimos gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.
Invocamos al Espíritu Santo, siguiendo al Papa pedimos la gracia del don de piedad. Entendiéndole como el auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un hijo que habla con su padre.
“Pedimos gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.
Invocamos al Espíritu Santo, siguiendo al Papa pedimos la gracia del don de piedad. Entendiéndole como el auténtico espíritu religioso de confianza filial, que nos permite rezar y darle culto con amor y sencillez, como un hijo que habla con su padre.
Recordamos que siempre en nuestro rato diario de
oración estamos acompañados por la presencia maternal de María. A san José le
pedimos por nuestra perseverancia.
Sujetemos nuestra imaginación, metiéndonos en una
escena en la que Jesús de pie con su túnica blanca de una sola pieza en un
pequeño monte, con discípulos a su alrededor, uno de ellos podemos
ser cada uno de nosotros. Jesús empieza a hablarnos del peligro de
la riqueza.
Las lecturas de hoy nos hablan de los apegos de Dios y
los apegos del hombre.
Dios está buscando ayudar a su pueblo. “El Señor ha
elegido a Sión, ha deseado vivir en ella” (salmo 131). Ha elegido a
un descendiente de su ungido David para ponerle al frente de su pueblo. (Apego
de Dios-amor a su pueblo).
En la primera lectura el ansia de poder de Atalía
quiere cambiar el plan de Dios. Ella ha escogido el ídolo del poder para su
propio beneficio, se ha equivocado de camino y pagará con su vida su error.
(Apego del hombre-poder).
No es Dios quien la castiga, Dios perdona siempre. El
castigo viene de los hombres que solo perdonan algunas veces.
Dios desea nuestra fidelidad: «Si tus hijos guardan mi
alianza y los mandatos que les enseño, también sus hijos, por siempre, se
sentarán sobre tu trono.». Ahora, conoce el barro del que estamos hechos y nos
ama por El mismo, para mantener eternamente su alianza.
“Dios no está ciego, nos dice san Juan de Ávila. Dios
nos ve con nuestras imperfecciones, miserias, limitaciones. Y sin embargo nos
ama a pesar de todo esto, porque Él es el Amor, es la bondad, es la perfección”
(Abelardo de Armas – Febrero 2001 – Agua viva).
El pasaje del evangelio nos empieza hablando del
desapego a las riquezas: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y
la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad
tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman ni
ladrones que abran boquetes y roben. Porque donde está tu tesoro allí está tu
corazón”.
Jesús refleja en su comentario lo que ha visto en las
casas de Palestina. En cofres y arcones se guardaban telas, trajes, tejidos
valiosos, también ocultos en tierra. Al mismo tiempo alimentos y todo tipo de
grano.
La polilla acribilla los tejidos, el grano es buscado
por insectos y roedores para su sustento. Los ladrones robaban
fácilmente, horadando las casas palestinas, hechas de argamasa y adobe.
Acordémonos del paralítico al que descuelgan por el techo, “hecha una abertura”
desmontando en un momento el tejado.
Así son las riquezas de la tierra, tarde o temprano
desaparecen. O te las roban o las dejas. “No he visto nunca un camión de
mudanzas detrás de un entierro”, dijo el Papa Francisco.
Continúa el evangelio con una extraña
referencia a la luz, que nosotros podemos interpretar como la luz interior de
nuestra fé. “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano,
tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a
oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!
».
El ojo es sinónimo de corazón, se me ocurre que hay
una relación inversa entre nuestros apegos a cualquier tipo de riqueza y la
intensidad de nuestra fe, nuestra confianza en Dios. Cuando el corazón está
lleno de cosas, de autosuficiencias, la presencia de Dios es más débil,
más tenue:” el ojo está enfermo”.
Por el contrario, si vivimos abandonados en Dios “sin
creernos personitas”, nuestra fe se agiganta. En este mismo sermón poco más
adelante, Jesús nos pone el ejemplo de los lirios del campo, las florecillas
que sin preocuparse no carecen de nada.
De ellas Jesús dijo que “no tejen ni hilan, pero ni el
rey Salomón se vistió con mayor esplendor”. Nos alentó a
contemplarlas e imitarlas dándonos la clave de nuestra felicidad: “No andéis
preocupados por vuestra vida”.
Acabemos nuestras reflexiones con un coloquio con
Jesús. San Ignacio nos lo precisa: “el coloquio se hace, propiamente
hablando, así como un amigo habla a otro, o un siervo a su señor: cuándo
pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por algún mal hecho, cuándo
comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y decir un Pater
noster”.