Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón
Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos,
alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por
las que se inmola continuamente sobre los altares.
Después de ofrecer nuestras vidas al Señor, para comenzar nuestra oración
podemos leer o recordar el salmo del día de hoy. Lo primero para pedirle la
protección, con la confianza de saber que nuestras vidas están en sus
manos. Bendecir también al Señor, alabarle
siempre, cuando es de día o cuando es de noche. Un corazón religioso siempre,
en toda su vida y en sus acontecimientos, sabe que todo le viene de Dios y, por
eso, le bendice. Y tercero, la alegría que brota de un corazón
que, con confianza y con fe, reconoce que Dios es nuestro Padre. La respuesta a
la pregunta que todo hombre se plantea de hacia dónde vamos, cuál es nuestro
fin, queda resuelta al final de este salmo: no nos entregarás a la muerte. No
conoceremos la corrupción. Dios nos ha creado para una vida gozosa.
La lectura del día de hoy del Evangelio es sencilla y moralizante. Aquí
Cristo no responde a una pregunta si no que les da una instrucción: “no juréis
en absoluto”. Es llamativo este mandamiento del Señor y, a la vez, indicativo
de la gravedad del asunto. Cuando uno jura quiere afianzarse en sus
afirmaciones o hechos, se hace infalible a costa de interponer a sus intereses
bienes que no le corresponden. El juramento es la arrogancia del que se apropia
de bienes de la tierra o del cielo, incluso del mismo Dios, para hacerse valer
en sus actos o intenciones. Aquí está la falta, en el querer justificar
nuestras acciones con lo que no nos corresponde. La falta de sencillez. Hay que
tener el conocimiento de que todo viene de Dios y que las cosas no se pueden
cambiar a consta de nuestro encabezonamiento u obstinación. Como dice Jesús, no
podemos ni volver blanco o negro un solo pelo. Ser sinceros, “sí o no”
Podemos
cerrar nuestra oración con la petición de un corazón sincero, sin dobleces, sin
apoyarnos en juramentos sobre terceras cosas que no nos corresponden. La
sinceridad hace a las personas auténticas y de confianza, les da pureza en el
corazón pues las hace humildes al reconocer sus limitaciones.
Nos acordamos de María que dijo un simple sí. No le hizo falta apoyarse en
más cosas para responder al Señor y darle su sí. Le pedimos que nos alcance la
gracia de la sinceridad del corazón para ser capaces de decir sí a la gracia y
no al pecado.