Hemos comenzado la última semana del año litúrgico, tras la celebración del domingo pasado de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, Señor de la historia. Es normal por lo tanto que la Palabra de Dios nos invite en estos días a reflexionar sobre el final de la historia, del tiempo, de lo caduco.
Cuando hablamos del fin del mundo, nos puede suceder que tengamos miedo o que por el contrario nos lo tomemos a broma. Pues bien, las lecturas de hoy quieren evitar esas dos actitudes extremas. El salmo 50 creo que nos da la actitud adecuada que es de esperanza. ¡Alégrese el cielo, goce la tierra, el Señor ya llega a regir la tierra! No se trata de un final sin sentido, ni de un bucle de infinitas historias, sino de un cambio de Señor. Es un cambio radical porque termina el tiempo y a la vez es una continuidad gloriosa y definitiva del reinado de Jesucristo.
La ciencia actual también trata del futuro del universo. Según la teoría científica más aceptada, la del Big Bang, el universo comenzó su historia hace aproximadamente 13.700 millones de años a partir de una situación primordial y desde entonces se está expandiendo aceleradamente. Como la energía no debe ser infinita, se prevé que dicha aceleración algún día termine llegándose a un verdadero final, al menos de las estructuras actuales tal como las observamos.
¿Cuándo y cómo será el fin del mundo? Esto nadie lo sabe. Según Mc 13,32, “pero de aquel día o de aquella hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.
Según Mt 26,64, Jesús hizo una alusión directa de su última venida, ante los que le juzgaban, en el momento de su condena a muerte “os lo declaro: desde ahora, veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre y venir sobre las nubes del cielo”. Contemplemos hoy a Jesús en la oración de este modo y repitamos: quiero estar así contigo, Jesús, para siempre.
Todas las estructuras temporales y sociales terminarán. Jesús hace referencia concreta al Templo de Jerusalén y a la misma ciudad. “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. ¡Qué humildes nos debemos sentir al caer en la cuenta de que las obras del hombre nacen con fecha de caducidad! ¡Qué frágiles son las cosas, aún las más gigantescas; y que frágil soy yo!
El final llegará pero no de inmediato; ¿y mientras tanto qué? Primero no dejarse arrastrar por los falsos profetas que siempre los ha habido y los habrá. Jesús nos dice al respecto: no vayáis tras ellos. Y en segundo lugar estemos vigilantes, es lo que tanto se nos dirá al comienzo del adviento. Desde este punto de vista la historia comienza cada día y el tiempo debe ser tiempo de salvación.
Estas actitudes son las que tan bellamente plasmó Santa Teresa en los versos que escribió sobre la eficacia de la paciencia. Podemos terminar la meditación de hoy saboreándolos. A la vez que es una invitación a conocer más la espiritualidad carmelitana en este año santo Teresiano.
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.