La lectura continuada que de los Evangelios nos va mostrando la liturgia, trae hoy a nuestra consideración la frase: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”. Y hoy, precisamente, la Iglesia pone frente a nosotros la figura de santa Ángela de la Cruz, cuya vida –y no solo el nombre- es todo un abrazarse con la cruz.
En 1875, Ángela ve en la oración el monte Calvario con una cruz frente a la de Cristo crucificado. Y escribe: “Al ver a mi Señor crucificado deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle, conocía con bastante claridad que en aquella otra cruz que estaba frente a la de mi Señor debía crucificarme, con toda la igualdad que es posible a una criatura...”. En una ocasión, después de escuchar las quejas de los pobres que sufren, escribe: “Si para aconsejar a los pobres que sufran sin quejarse los trabajos de la pobreza, es preciso llevarla, vivirla, sentirse pobre... ¡qué hermoso sería un Instituto que por amor a Dios abrazara la mayor pobreza!”, recibiendo así la inspiración de fundar una “Compañía”.
En sus papeles íntimos, páginas asombrosas para una mujer iletrada, con faltas ortográficas pero con una identidad cristiana y eclesial admirable, redactó su proyecto de Compañía, con una dimensión caritativa y social a favor de los pobres y con un impacto enorme en la Iglesia y en la sociedad de Sevilla por su identificación con los menesterosos: “Hacerse pobre con los pobres”. No quería hacer la caridad “desde arriba” sino ayudar a los pobres “desde dentro”. Escribía y lo vivía: “La primera pobre, yo...”.
Así, el día 2 de agosto de 1875 Ángela y tres compañeras, dispuestas a desentrañar el misterio de la cruz en la oración y en el servicio a los pobres, se trasladaron a vivir a un cuarto alquilado en el que había una mesa, unas sillas, unas esteras de junco que servían de colchón y de almohada, un Crucifijo y un cuadro de la Virgen de los Dolores. Estaban naciendo las Hermanas de la Cruz.
Las Hermanas de la Cruz, de entonces y de ahora, siguen a estrictamente las normas de mortificación establecidas por Sor Ángela: comen de “vigilia”, duermen sobre una tarima de madera las noches que no les toca velar, duermen poquísimo, pues quieren estar “instaladas en la cruz”, “enfrente y muy cerca de la cruz de Jesús”, renunciando a los bienes de este mundo y acudiendo sin tardanza donde los pobres las necesiten.
“Salve, oh Cruz, esperanza única; en la cual está nuestra salud, vida y resurrección”. Que nuestra oración de hoy sea contemplar la Cruz. “Poned los ojos en el Crucificado y todo se os hará poco” (Teresa de Jesús). Bello pensamiento de la Santa Madre en este V Centenario de su nacimiento.
A este respecto viene bien traer unas frases de Abelardo. Dice así: “Y entendemos aquí por cruz la de cada día, aquella que molesta a nuestra naturaleza, la que contraría nuestro capricho, la que exige doblegar el amor propio, el orgullo, el criterio personal, la antipatía hacia con quien convivo... Esas cruces aceptadas con resignación, engendran paz, y llevadas con amor nos hacen santos. Cruces que ni siquiera hay que buscar porque nos vienen solas. Dios en su providencia, a través de personas, cosas, circunstancias, irá fabricando mi cruz. ¿Podemos rechazar la cruz, si viene de nuestro Padre?”