Lo primero para la oración de hoy es empezar como nos dice el salmo:
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre
Eso es, entrar por la puerta de la capilla dando gracias al Señor con himnos y bendiciones. Si el lugar lo permite hacedlo cantando en voz alta. Sí, ir por los atrios de la parroquia o del monasterio cantando porque nos vamos a encontrar con el Señor, con Nuestro Señor. ¡Qué mayor alegría que esta para cantar!
La oración de estos días, previos al adviento, tiene un aire de final de un ciclo y de que comienzo de otro. Nos hemos de dejar invadir por estos dos sentimientos.
Si nos abrimos a lo que los textos de la liturgia nos dicen hoy, debemos pasar por dos momentos bien diferentes. El primero será de temor y temblor ante los acontecimientos finales que se narran tanto en la lectura del Apocalipsis como en la del evangelio de Lucas. Si uno lee los dos textos seguidos, saltándose el último párrafo de ambos, se podría caer en una gran depresión y en una completa inacción. ¡Con la que va a caer, más vale meterse debajo de la cama y esperar a morir! Es lo que nos pasa cuando leemos las cosas a medias, que las entendemos peor que a medias, las entendemos mal. El final del mundo, de las cosas y de las personas ocurrirá dramáticamente, y nosotros nos apenamos por ello. Pero… después del final hay un nuevo comienzo. No hay que olvidarlo.
El Apocalipsis nos lo muestra como un banquete de bodas, y el evangelio de Lucas como la llegada de la liberación. Son dos imágenes muy potentes y consoladoras. Cristo ha venido al mundo a liberarnos del pecado y aunque ha pasado por la muerte y la destrucción, igual que ha de pasar este mundo, es motivo de alegría saber que ante tales acontecimientos ya estaremos a las puertas de la salvación. Pero además es que hecha la salvación nos encontraremos en un gran banquete de bodas. En el mundo esta celebración es la más importante para todo hombre y toda mujer. Es lo máximo. Pues bien, nuestro Dios compara su llegada con este momento. Es más, el propio Dios se va a hacer manjar de ese banquete. Impresionante.
¿Cómo rezamos todo esto?
Fácil, nos dejamos llenar de la pena de la destrucción del mundo, pero con la pena que nos da ver sufrir al propio Dios con estos acontecimientos; y, en seguida, nos llenamos de una gran alegría, y damos gracias, y bendecimos a Dios (igual que hicimos al entrar en el templo) porque:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»