“Quien guardas la palabra de Cristo, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud”.
La oración no se puede mantener a la larga si no se alimenta con la Palabra de Dios y se deja uno interpelar por ella. Para ello hay que dedicar todos los días un rato de silencio, donde se escucha la Palabra de Dios en esos minutos intensos de oración, a ser posible al inicio del día, y que a través de la jornada diaria podemos reflejar en nuestra vida la Palabra que hemos guardado en nuestro interior.
Con este deseo, estando en la presencia de Dios, leemos con detenimiento las lecturas que hoy nos propone la liturgia.
En la Carta de san Pablo a los Filipenses, él se propone como ejemplo frente al comportamiento de algunos. “Porque, como os decía muchas veces, y ahora lo repito con lágrimas en los ojos, hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo:
- Su paradero es la perdición,
- Su Dios, el vientre;
- Su gloria, sus vergüenzas.
- Sólo aspiran a cosa terrenas.
Ante estas afirmaciones de san Pablo, me puedo hacer estas preguntas: - ¿Cuál es mi fin? - ¿Quién es mi Dios? - ¿Cuál es mi gloria? - ¿Espero y creo en la eternidad?
En el Evangelio narra Jesús la actitud del administrador injusto. “Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: ¿qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión”, porque quedas despedido… Ya sé lo que voy a hacer para que cuando, me echen de la administración, encuentre quien me recibe en su casa”. Falsificó documentos. Esta actitud se ve que se repite en estos días. Es una manifestación de sed insaciable de querer tener más y adquirir mayor poder.
“Y el Señor felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”.
El Señor nos anima ahora en este rato de oración, a los hijos de la luz a la astucia de quien, como san Pablo, pone en juego su propia condición humilde teniendo los ojos y el corazón fijos en la Cruz de cristo. Que el Señor nos conceda la astucia y el coraje de los santos.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.