Estamos acercándonos al fin del año litúrgico. Solo nos quedan dos semanas,
en pleno mes de noviembre, el mes de los Santos, nuestros amigos a los
que hemos celebrado y seguimos haciendo pues de ellos que están solícitos
en el cielo por nuestra salvación, aprendemos de su ejemplo y por eso la
Iglesia siempre que puede en el Año Litúrgico nos lo va presentando como
adalides.
También recordamos a los fieles difuntos que nos precedieron en la fe
y seguro que todos tenemos alguno no muy lejano que emprendió el camino y
triunfa con ellos en el cielo. Modesto, P. Ramón, Manolo, P. Eduardo y P. Tomás
Morales ya llegaron a la meta entre los más cercanos y muy entrañables.
La naturaleza también nos ayuda: el otoño, con la caída de la hoja, los
colores de los capos, de los árboles y lo bien pintados que se ponen
nuestros suelos cubiertos son esas alfombras de hojas que da gusto pisar y
escuchar el ruido que hacen con nuestras pisadas, nos recuerdan la fugacidad de
la vida, pensar en la muerte, la vida eterna, la comunión de los santos y
la resurrección, que son los artículos finales del Credo, como si
llegáramos a su final en esa profesión que hacemos en la misa de los domingos
que se hace oración.
Pero si no te recrea tu oración estas ideas, de las lecturas
podemos sacar tres que te pueden ayudar:
La primera de san Pablo: “…todo lo que para mí era ganancia, lo
consideré pérdida comparado con Cristo; más aún todo lo estimo pérdida
comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por el
que perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo”. Pablo
habla bien claro: se ha encontrado con Cristo-la oración es para encontrarnos
con El también nosotros- y ya no puede vivir sin EL, sin conocerle más y más,
amarle y vivir en El y morir por EL. Mirarnos en el espejo de estas
palabras de Pablo, es el mejor termómetro para medir nuestra vida cristiana.
Nos sugiere muchas preguntas que nos podemos hacer: ¿Hasta qué punto, le conozco,
le amo, le vivo? ¿Estimo las demás cosas como cloaca, basura dispuesto a
dejarlas, perderlas, con tal de ganarle a ÉL?
La segunda es del salmo: “Buscad continuamente su rostro” En
otro salmo dice: “Tu rostro buscaré”. ¿Qué tiene el rostro de Jesús? Es el del
Padre, el de Dios, el del amor el del cielo, que es la nostalgia de estos
días otoñales con las fiestas que estamos celebrando que nos lo
recuerdan. No l podemos buscar sin oración, no le podemos encontrar sin
oración, no le podemos vivir y poseer sin oración. La oración nos da todo
lo más noble que el hombre hambrea.
La tercera del Evangelio que estamos leyendo que son una serie de pasajes
en los que los fariseos le están poniendo en “aprietos” a Jesús. Aquí les
responde con dos parábolas haciéndoles reflexionar de que si a ellos les
ocurre algo parecido, observen lo que hace el pastor que ha perdido la oveja o
lo que hace la mujer que pierde la moneda.
Busquemos mañana en la oración, sin desfallecer el rostro de Dios, pidamos
conocerle, amarle y vivirle completamente y no sentiremos los atractivos del
mundo que los consideraremos como basura, con tal de tenerle a ÉL, como lo
tenía María en sus brazos cuando era niño, nada temía, ni a Herodes, el
destierro, la soledad, el silencio…
Que todo se reduce a “quitar, buscar y hallar como dice san Ignacio en sus
ejercicios.