Tomamos como inicio de nuestra
oración unas súplicas del P. Morales para la Pascua: “Inmaculada Madre de Dios:
alcánzanos el gozo de la Pascua: fe creciente, esperanza cierta, alegría
desbordante, paz imperturbable, amor ardiente”. Estos son los dones que Jesús
resucitado va repartiendo a sus discípulos, heridos por el escándalo de la
cruz, para volver a unirlos y encomendarles la misión de anunciarle por toda la
tierra.
La lecturas de hoy nos presentan a
Simón Pedro y a Juan en dos escenas distintas: En el evangelio aprenden a
reconocer la presencia del Señor resucitado y en la primera lectura les vemos
dando testimonio con valor de esa presencia que ha curado al paralítico de
nacimiento. Con ellos queremos aprender a ser testigos de Cristo resucitado.
¡Es el Señor! El grito del discípulo
amado al reconocer a Jesús en la orilla del lago al amanecer nos da la clave
para descubrir a Jesús: es el amor el que reconoce al Amado. Si buscamos a
Jesús, si le amamos por tanto bien como nos ha hecho, si somos sus amigos,
fácilmente le reconoceremos al hilo de la vida cuando se manifieste como a los
discípulos en la pesca milagrosa.
Simón Pedro no puede esperar a llegar
a la orilla. Si el que está en la playa es Jesús, ha de estar cuanto antes
junto a Él. Tiene prisa por recibir la misericordia de aquel al que ha negado
en la noche de la traición y que le ha perdonado con una mirada de compasión.
Cuánto podemos aprender de Pedro en este querer estar siempre cerca de Jesús,
en recibir su misericordia cuanto antes, en arrojarnos al mar para cubrir la
distancia que nos separa de Él.
Así, de ambos apóstoles aprendemos a
ser testigos del resucitado. Ellos pueden decir de Jesús: “ningún otro puede
salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos”;
porque lo han experimentado en carne propia. El testigo es aquel que ha aprendido
a reconocer al Señor y que ha experimentado su misericordia. Ya sabemos de Juan
que es el amor el que reconoce y de Pedro que hay que ser decididos a
entregarse a esa Presencia una vez intuida y descubierta.
Unas brasas, un pez y los panes les
esperan en la orilla. Nos remiten simbólicamente al misterio de la
Eucaristía, en el que Jesús resucitado se entrega sacramentalmente. Hoy es
Primer Viernes de mes, un día en que queremos estar cerca del Corazón eucarístico
del Señor Resucitado para reparar, amar y disponernos a ser testigos de su
Amor. Cuando hoy se alce el Pan de vida consagrado en las manos del sacerdote
para que le adoremos antes de recibirlo, digamos en nuestro interior con fe:
¡Es el Señor!