22 marzo 2016. Martes Santo – Puntos de oración

En este martes de la semana más santa del año, a dos días de Triduo Pascual, en que celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, las lecturas de la misa vuelven a ser una ayuda imprescindible para estar un tiempo tranquilo con Jesús.
El evangelio nos sitúa ya en la Última Cena, en los momentos de intimidad de Jesús con los apóstoles, también con Judas. Quiere resaltar que de entre ellos sale el que lo vende por treinta monedas, de tal manera que así empieza:
“Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.
Y, además, señala al aludido, sin que los demás por el momento, comprendan.
Además, es también el momento en que Pedro, presuntuoso, promete acompañarlo a la prisión y a la muerte:
“Señor, ¿por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”.
Jesús es consciente de las debilidades de Judas y de Pedro, y de hecho avisa a uno y a otro, les tiende de nuevo su mano, les abre su corazón. Les pide, de una u otra forma, que confíen sólo en él. No en sus propias fuerzas, como Pedro, no en sus planes personales o de grupo, como Judas.
Pero el enemigo de “natura humana”, en el caso de Judas, o los propios miedos y temores, en Pedro, les hará caer a ambos:
“Detrás del pan, entró en él Satanás”.
Pidamos hoy en la oración a nuestra Madre, “Mater dolorosa”, que nos proteja de todo mal, que nos pegue al Corazón de Cristo, de tal manera que escuchemos sus latidos de amor, para que no nos fiemos nunca de nosotros mismos, sino de Él. Para que busquemos siempre su voluntad, no la nuestra. Como dice san Francisco de Sales en el texto que hoy acompaña a las lecturas del Magníficat, “que nadie presuma de sus buenas obras ni piense que no tiene nada que temer, ya que san Pedro, que había recibido tantas gracias y había prometido acompañarlo a la prisión y a la muerte, lo negaba ante la simple insinuación de una camarera”. Algo parecido podríamos decir de Judas, que compartió durante tres años la vida con Jesús, codo a codo.
Cristo miró a los dos a los ojos, y su mirada penetró en el corazón de Pedro y le hizo reconocer su pecado y llorarlo amargamente. Judas, sin embargo, no hizo caso de esa mirada llena de amor. La rechazó, y, dice el evangelio:
“Salió inmediatamente. Era de noche”.
De noche en el corazón de Judas, de noche, pero de tristeza, en el Corazón de Cristo. Metámonos en esa escena y acompañemos como un apóstol más a Jesús, démosle nuestro cariño, ofrezcámosle nuestro amor.

Y que esa cercanía del Señor nos haga sentirnos también cerca de los que en estos días estarán más solos, y propongámonos tener gestos de cercanía, de cariño, de ayuda concreta, con los que puedan necesitarlo más. Cristo sufre también en los que sufren; compartir con ellos el sufrimiento es compartirlo con Cristo, es acercarles a Cristo. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a vivir y transmitir, más en esta santa semana, el amor misericordioso de Dios.

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