En este martes de la semana más santa
del año, a dos días de Triduo Pascual, en que celebramos la Pasión, Muerte y
Resurrección del Señor, las lecturas de la misa vuelven a ser una ayuda
imprescindible para estar un tiempo tranquilo con Jesús.
El evangelio nos sitúa ya en la
Última Cena, en los momentos de intimidad de Jesús con los apóstoles, también
con Judas. Quiere resaltar que de entre ellos sale el que lo vende por treinta
monedas, de tal manera que así empieza:
“Os aseguro que uno de vosotros me va
a entregar”.
Y, además, señala al aludido, sin que
los demás por el momento, comprendan.
Además, es también el momento en que
Pedro, presuntuoso, promete acompañarlo a la prisión y a la muerte:
“Señor, ¿por qué no puedo acompañarte
ahora? Daré mi vida por ti”.
Jesús es consciente de las
debilidades de Judas y de Pedro, y de hecho avisa a uno y a otro, les tiende de
nuevo su mano, les abre su corazón. Les pide, de una u otra forma, que confíen
sólo en él. No en sus propias fuerzas, como Pedro, no en sus planes personales
o de grupo, como Judas.
Pero el enemigo de “natura humana”,
en el caso de Judas, o los propios miedos y temores, en Pedro, les hará caer a
ambos:
“Detrás del pan, entró en él
Satanás”.
Pidamos hoy en la oración a nuestra
Madre, “Mater dolorosa”, que nos proteja de todo mal, que nos pegue al Corazón
de Cristo, de tal manera que escuchemos sus latidos de amor, para que no nos
fiemos nunca de nosotros mismos, sino de Él. Para que busquemos siempre su
voluntad, no la nuestra. Como dice san Francisco de Sales en el texto que hoy
acompaña a las lecturas del Magníficat, “que nadie presuma de sus buenas obras
ni piense que no tiene nada que temer, ya que san Pedro, que había recibido
tantas gracias y había prometido acompañarlo a la prisión y a la muerte, lo
negaba ante la simple insinuación de una camarera”. Algo parecido podríamos
decir de Judas, que compartió durante tres años la vida con Jesús, codo a codo.
Cristo miró a los dos a los ojos, y
su mirada penetró en el corazón de Pedro y le hizo reconocer su pecado y
llorarlo amargamente. Judas, sin embargo, no hizo caso de esa mirada llena de
amor. La rechazó, y, dice el evangelio:
“Salió inmediatamente. Era de noche”.
De noche en el corazón de Judas, de
noche, pero de tristeza, en el Corazón de Cristo. Metámonos en esa escena y
acompañemos como un apóstol más a Jesús, démosle nuestro cariño, ofrezcámosle
nuestro amor.
Y que esa cercanía del Señor nos haga
sentirnos también cerca de los que en estos días estarán más solos, y
propongámonos tener gestos de cercanía, de cariño, de ayuda concreta, con los
que puedan necesitarlo más. Cristo sufre también en los que sufren; compartir
con ellos el sufrimiento es compartirlo con Cristo, es acercarles a Cristo.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a vivir y transmitir, más en esta santa
semana, el amor misericordioso de Dios.