29 marzo 2016. Martes de la Octava de Pascua – Puntos de oración

Quizás en estos días, a poco más de cuarenta y ocho horas de la Vigilia Pascual, nos pueda pasar que no nos sentimos afectados por la resurrección del Señor. Vueltos a la vida cotidiana tras los días intensos de Semana Santa, algo cansados por la intensidad de esos días y quizás también por un viaje de vuelta, acaso pesado y fastidioso, nos encontramos como si no hubiera pasado nada, como si la cosa no fuera con nosotros. O tal vez tengamos la sensación de haber vivido una especie de fuegos artificiales, muy bonitos y estruendosos, pero que una vez que se desvanecen nos envuelve de nuevo la oscuridad. ¿Eso ha sido todo? ¿Eso ha sido la resurrección del Señor? ¿Vuelta a la vida cotidiana como si Cristo no hubiera resucitado?
Pues no, y las lecturas de la Misa de hoy nos dan alguna pista al respecto.
Nos dice la primera lectura que muchos de los habitantes de Israel habían conocido a Jesús y habían conocido lo que el Sumo Sacerdote y el sanedrín, con la colaboración de los romanos habían hecho con El. Pero fue más tarde, al escuchar a Pedro cuando: “se les traspasó el corazón, y preguntaron… ¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”. Aunque su redención ya se había consumado, hizo falta algo más de tiempo y la palabra de reproche del apóstol para que llegara su momento y se les traspasara el corazón.
Algo parecido le debió pasar a María Magdalena que, estando tan sumida en su dolor… “Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús” y no pareció importarle mucho la presencia de los ángeles, y es que… tampoco debió de ser su momento.
Es más, ante el mismo Cristo resucitado no es capaz de reaccionar y reconocerle, pues todavía tampoco era su momento. Sólo cuando Jesús le dice: “¡María!”. Ella se vuelve y, ¡por fin! reacciona porque, ahora sí, ha llegado su momento.
A veces la vida espiritual es así. El Señor se manifiesta cuando quiere, donde quiere y como quiere… y también a quién quiere. No sabemos por qué actúa así, sólo sabemos que se muestra en el mejor momento para cada uno. Acaso sea inmediatamente, acaso pasado un tiempo. A veces sin haberlo merecido, a veces después de haberlo deseado e implorado mucho, a veces de manera violenta, otras veces con suavidad.
Lo que sí sabemos con certeza es que El Señor ha resucitado y está en medio de nosotros. Y la alegría de su resurrección ya nos ha sido concedida, aunque quizás tarde un poco en llegar. Confiemos, que en este año de la Misericordia no tardará en llegar.

Con María, mujer de profunda fe y esperanza, aguardemos la manifestación de Cristo resucitado en su nuestra vida.

Archivo del blog