Quizás en estos días, a poco más de cuarenta y ocho horas de la
Vigilia Pascual, nos pueda pasar que no nos sentimos afectados por la
resurrección del Señor. Vueltos a la vida cotidiana tras los días intensos de
Semana Santa, algo cansados por la intensidad de esos días y quizás también por
un viaje de vuelta, acaso pesado y fastidioso, nos encontramos como si no
hubiera pasado nada, como si la cosa no fuera con nosotros. O tal vez tengamos
la sensación de haber vivido una especie de fuegos artificiales, muy bonitos y
estruendosos, pero que una vez que se desvanecen nos envuelve de nuevo la
oscuridad. ¿Eso ha sido todo? ¿Eso ha sido la resurrección del Señor? ¿Vuelta a
la vida cotidiana como si Cristo no hubiera resucitado?
Pues no, y
las lecturas de la Misa de hoy nos dan alguna pista al respecto.
Nos dice la
primera lectura que muchos de los habitantes de Israel habían conocido a Jesús
y habían conocido lo que el Sumo Sacerdote y el sanedrín, con la colaboración
de los romanos habían hecho con El. Pero fue más tarde, al escuchar a Pedro
cuando: “se les traspasó el corazón, y preguntaron… ¿Qué tenemos que hacer,
hermanos?”. Aunque su redención ya se había consumado, hizo falta algo más de
tiempo y la palabra de reproche del apóstol para que llegara su momento y se
les traspasara el corazón.
Algo
parecido le debió pasar a María Magdalena que, estando tan sumida en su dolor… “Mientras
lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados,
uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús” y
no pareció importarle mucho la presencia de los ángeles, y es que… tampoco
debió de ser su momento.
Es más,
ante el mismo Cristo resucitado no es capaz de reaccionar y reconocerle, pues
todavía tampoco era su momento. Sólo cuando Jesús le dice: “¡María!”. Ella se
vuelve y, ¡por fin! reacciona porque, ahora sí, ha llegado su momento.
A veces la
vida espiritual es así. El Señor se manifiesta cuando quiere, donde quiere y
como quiere… y también a quién quiere. No sabemos por qué actúa así, sólo
sabemos que se muestra en el mejor momento para cada uno. Acaso sea
inmediatamente, acaso pasado un tiempo. A veces sin haberlo merecido, a veces
después de haberlo deseado e implorado mucho, a veces de manera violenta, otras
veces con suavidad.
Lo que sí
sabemos con certeza es que El Señor ha resucitado y está en medio de nosotros.
Y la alegría de su resurrección ya nos ha sido concedida, aunque quizás tarde
un poco en llegar. Confiemos, que en este año de la Misericordia no tardará en
llegar.
Con María,
mujer de profunda fe y esperanza, aguardemos la manifestación de Cristo
resucitado en su nuestra vida.