La cuaresma ya está bien avanzada.
Quizás sea un buen momento para hacer un alto y reflexionar sobre cómo nos va.
Este es un tiempo fuerte, que quiere decir, que es una oportunidad y una
responsabilidad. Una oportunidad para ponernos al día, para pasar la “ITV” del
espíritu, para aprovechar las gracias de toda la Iglesia que en estos días de
preparación para la Pascua ora con más intensidad y recogimiento. Y una
responsabilidad porque el Señor que nos invita a subir con Él a Jerusalén donde
se va a ofrecerse al Padre espera una respuesta de amor de nuestra parte. “Amor
con amor se paga”, nos decía Abelardo muchas veces.
Y después de este tomar nuevamente
conciencia de la cuaresma, hoy te invito a pedir con mucha fe e insistencia el soplo de la vida divina, el
Espíritu Santo. Qué alegría y a la vez qué motivador “es pensar que en cualquier lugar del mundo
donde se ora, allí está el Espíritu Santo, soplo vital de la oración.” (Dominum et Vivificantem,
65, carta encíclica de San Juan Pablo II)
La primera lectura es del
Deuteronomio, y empieza así: habló
Moisés al pueblo, diciendo: Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que
yo os enseño a cumplir. Moisés
en ese momento es el instrumento elegido por Dios para enseñar al Pueblo unos
mandamientos que les ayuden a ser felices. Cuando una empresa hace una máquina,
adjunta un manual de instrucciones para su correcto uso y cuando una
farmacéutica elabora un medicamento, junto al medicamento pone un prospecto con
todas las indicaciones necesarias para su correcta administración. Pues
siguiendo con este sencillo razonamiento, Dios que es nuestro padre y creador,
también nos ha dado por medio de los profetas unas indicaciones que hay que
seguir para alcanzar nuestra plenitud como personas. Dios primero se valió de
los profetas, pero en la plenitud de los tiempos, nos habló por medio de su
propio Hijo. Y Jesús en el Evangelio de hoy nos dice: “no creáis que he
venido a abolir Ley o los Profetas: no he venido a abolir sino a dar plenitud”.
La oración debe ser un diálogo de
amistad con Jesús. Por ello, te invito a que preguntes en este ratito, o a lo
largo del día: ¿Jesús amigo,
cuál es tu ley?
Cuando una persona, después de
realizar una gran obra en favor de los demás, después de vivir una vida de
sacrificio por el bien del prójimo, después de perseverar en un noble ideal por
cumplir la misión que se le ha encomendado. Si muere así, ¿verdad que podemos
decir que ha muerto en su ley? Cabalmente ese es Jesús. Creo que es acertado
decir que la ley de Jesús es Él mismo o para ser más concreto: su manera
de vivir, de ver la vida, de sentir, de creer, de hacer, de amar.
¡Ven Espíritu Santo! La Iglesia
siempre ha contado con hombres y mujeres que han dado testimonio de la
importancia de la oración, consagrando su vida a Dios por medio de la oración.
Hoy también cuenta con ellos, muchos desde la soledad de los conventos o
monasterios, pero también muchos en la calle, desde su vida ofrecida en medio
del mundo; del mundo del trabajo, de la cultura, de la empresa,… viviendo
aparentemente como todos, pero consagrando al mundo con sus vidas y con su
oración.
Para terminar podemos pedir a la
Virgen y a su esposo José,
cuyo mes acabamos de empezar, que nos hagan personas de oración, que nos
enseñen a orar, a vivir como Jesús, en
su ley, con sus mismos sentimientos, deseos e intenciones.