1. Oración preparatoria: hacemos la señal de la cruz y nos
ponemos en la presencia de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos
mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios (EE 46): “Señor, que todas
mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza de tu divina majestad.”
2. Petición. Pedimos
por los frutos del Año Jubilar de la Misericordia que comenzó el pasado 8 de
diciembre y que se cerrará el próximo 20 de noviembre.
3. Composición de lugar. (una imagen que nos ayude a centrar la imaginación al
hacer la oración): Jesús libera a los oprimidos por el demonio, expulsa los
demonios y libera del pecado.
4. Puntos para orar: Jesús expulsa los demonios y las multitudes quedan
admiradas. Sólo Dios puede expulsar demonios. El hombre sin Dios está a merced
del demonio y de sus propias pasiones. Y Jesús ha bajado del cielo para llevar
hasta el final esta lucha total contra el príncipe de este mundo que nos quiere
mantener sujetos y que nos envenena con sus tentaciones.
Y en esta lucha encarnizada no podemos mantenernos
neutrales, esperar a ver quién gana en la lucha que se da en mi vida, en la
sociedad, en el corazón de los que me rodean. Escuchar en la oración la
afirmación de Jesús: “el que
no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama” (Lc 11,23). Y alrededor de Jesús se
acumula la incomprensión. Los que nos rodean no ven las acciones de Dios que
nos sana del pecado. La religión, los sacramentos los encuentran opresores y
siguen acusando hoy como en tiempos de Jesús que su labor y la labor de la
Iglesia, que es lo mismo, es demoníaca y que va contra el hombre: “si echa los demonios es por arte
de Belzebú, el príncipe de los demonios” (Lc
11, 15). Traducido a nuestro hoy: si la Iglesia se acerca a los hombres, es
porque los quiere esclavizar, quitar su libertad y hacerlos esclavos de su
moral, de sus leyes, de lo que digan sus ministros, que son como demonios. Y no
entienden que la Iglesia y Jesús somos uno. Y Jesús no nos engaña y nos dice: “Le
basta al discípulo llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si
al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los de su casa!”(Mt
10, 25)
El evangelio de hoy es una llamada a la confianza: “Cuando un hombre fuerte y bien
armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo
asalta y lo vence, le quita las armas en las que se fiaba y reparte el botín”. (Lc 11, 22). Cristo es “el fuerte”,
ante cuyo amor por nosotros nada se ha puesto por delante, ni la lucha a
muerte, ni la incomprensión, ni la muerte en cruz, ni siquiera que dijeran de
él lo peor que podía oír, que actuaba asociado al Maligno. Y siempre vence su
amor que es lo más fuerte que existe. Y la dureza de mi pecado y de mis
traiciones no deben ser obstáculo para su victoria contra el mal en mí. Y que “no endurezcamos el corazón como en
Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron
a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. (cf Sal 94). Que
después de haber empezado a seguir a Jesús y después de haber visto sus obras
de misericordia en mi vida y a mi alrededor, no nos escandalicemos de él ni
seamos vencidos por el Maligno que nos tienta para que desconfiemos de su amor.
5. Unos minutos antes del final de la oración: Diálogo con la Virgen. Pedirla que nos abra al mensaje de
su hijo. Que nos ilumine para vivir la cuaresma con espíritu de lucha ante el
mal. Ella es la vencedora de Satanás. Ella es la madre del “fuerte”. Avemaría.
6. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he
recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver
dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer
examen de las negligencias al preparar o al hacer la oración, pedir perdón y
proponerme algo concreto para enmendarlo.