LA VERDAD OS HARÁ LIBRES… EL
HIJO OS HACE LIBRES
LA LIBERTAD DE LOS HIJOS
Asistimos a la polémica de Jesús con los fariseos. Estos, apegados a
una sujeción nominal, fría y meramente externa a los preceptos. Jesús,
proclamando la adhesión “cordial” (del corazón) al “mandamiento” del amor.
La Ley, todo lo prescrito en el Antiguo Testamento, es provisional;
necesario en su momento, pero dirigido a una cumbre, Jesús, que llevará a su
plenitud todo lo que allí era sólo proyecto. Y ahora se nos muestra lo más
íntimo de la revelación de Jesús: si Dios es Padre, yo soy hijo. De aquí nace
toda la confianza y toda la exigencia que caracterizan a la condición
cristiana. Pero esto es la cumbre, la
Palabra plena, hacia la cual se
arrastra el Antiguo Testamento, con aciertos y errores, que valoramos con
claridad desde Jesús.
La Ley de Jesús es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y todas tus fuerzas: y al prójimo como a ti mismo"
Por tanto, no se trata de cumplir preceptos, sea cual sea nuestra
situación interior; se trata de convertirnos al amor de Dios, descubrir el amor
de Dios y responder con el mismo amor, que abarca al Padre y a los hijos. Esto
significa que hacemos mucho más de lo obligado, que vamos mucho más allá de los
preceptos. Pensamos, una vez más, en dos personas enamoradas, o en una familia
en la que funciona un amor verdadero: los preceptos están de sobra. Si todo el
mundo piensa más en los otros que en sí mismo, la ley se queda siempre muy
corta.
Esta Libertad de los hijos de Dios es el centro de toda espiritualidad
cristiana. En una comunidad siempre hacen falta leyes, pero el Espíritu de
Jesús va mucho más adelante que las leyes, se le queda pequeño lo mandado.
Así, Jesús es el Salvador, el que salva de los pecados, el Libertador.
En dos aspectos: en que ya no servimos al pecado, aunque nos siga atrayendo,
aunque algunas veces resbalemos; vivimos para las cosas del Padre, hemos
descubierto el Tesoro y hemos vendido las baratijas que antes nos atraían
tanto. Y, además, nos sentimos libres del temor: ya no nos da miedo Dios ni
nuestros pecados, porque Jesús nos ha mostrado bien que Dios es precisamente el
que trabaja para liberarnos.
Seguir a Jesús, convertirse, "apuntarse al reino" es algo
vital, emocional. No se trata de conocimientos sino de convicciones, no se
trata de aceptar dogmas sino de sentirse querido.