“Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser…” Como se dice ahora: “hay que amar a Dios con todo.”
Y, ¿por qué? Hoy puede ser un buen día
para meditar en esto que mandaba la ley mosaica, y que aquel escriba que
dialogaba con Jesús, lógicamente, pregonaba, y que el mismo Jesús pronunció
para responder al escriba. El primer mandamiento es amar a Dios.
El porqué, lo podemos encontrar, en
primer lugar, en el interior de nuestro corazón, reconociendo tantos bienes
recibidos por este Dios que es Padre nuestro. Un Padre bueno, que nos primerea en
el amor, esto es, que nos amó primero.
¿Por qué le amo? Porque él me amó
primero.
El profeta Oseas nos da más pistas o
razones de lo que es Dios para nosotros y de lo que nos da:
- En ti
encuentra piedad el huérfano.
Dice Dios:
- Yo curaré sus
extravíos,
- los amaré sin
que lo merezcan,
- mi cólera se
apartará de ellos.
- Seré para
Israel como rocío,
- florecerá
como azucena,
- arraigará
como el Líbano.
- Brotarán sus
vástagos,
- será su
esplendor como un olivo,
- su aroma como
el Líbano.
- Vuelven a
descansar a su sombra:
- harán brotar
el trigo,
- florecerán
como la viña;
- será su fama
como la del vino del Líbano.
- yo soy como
un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos.
Y el salmo nos aporta más datos. Dios,
Padre bueno y misericordioso, por unos pocos preceptos, que en realidad, son
para vivir una vida más plena como hombres, nos dice:
- Clamaste en
la aflicción, y te libré
- Te respondí
oculto entre los truenos
- que te saqué
del país de Egipto
- te
alimentaría con flor de harina,
- te saciaría
con miel silvestre.
Pues, ¡ale!, a dejarse querer mucho por
este Dios tan bueno, que a pesar de nuestros muchos pecados, faltas y miserias
que, como el pueblo judío, tengo en mi haber, me sigue perdonando y queriendo.
Y esto es oración: dejarse querer un
buen rato en la capilla, y el resto del día, por todos los caminos de la
ciudad.