8 marzo 2016. Martes de la cuarta semana de Cuaresma – San Juan de Dios – Puntos de oración

En el Año de la Misericordia, el evangelio de hoy tiene como eje central una obra de misericordia: la curación de un enfermo. Los diferentes personajes se sitúan respecto de este hecho representando diferentes actitudes vitales. El Señor hoy nos invita a que entremos en la escena y nos reconozcamos en alguno de ellos.
Por una parte, tenemos al hombre enfermo. Treinta y ocho años de sufrimiento, de impotencia, de limitación. Seguramente muchos se habrían acercado a él con compasión y le habrían ayudado: familiares, amigos… Pero poco a poco habrían ido perdiendo la esperanza y había quedado junto a la piscina solo, en constante presencia de la solución de sus males pero a una distancia insalvable. Es nuestra situación ante nuestras limitaciones y pecados: vemos nuestro mal, a veces incluso somos conscientes del remedio pero resulta inalcanzable. Cuando llega el momento de aplicarlo no nos sentimos con fuerzas, nos dejamos llevar por la situación… Solos no podemos.
Jesús es la compañía que necesitamos. Él no se cansa de esperarnos. El paso del tiempo no le desanima. El nos acompaña más allá de dónde nosotros estamos dispuestos a acompañarnos. Y nos SORPRENDE. Jesús no niega que la solución a los males del enfermo fuera la piscina, pero se inventa una solución para él. Le lleva por otro camino diferente del que la prudencia humana hubiera podido prever. “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”.
El tercer tipo de personaje son los judíos. Los hombres religiosos del pueblo de Israel. Sociológicamente son los más parecidos a nosotros: su preocupación es seguir la voluntad del Señor, cumplir sus mandamientos, cuidar la celebración de la fe, vivir desde los mandatos del Señor. Pero este cumplimiento les ha cerrado los ojos de la compasión: “Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla”. No son capaces de alegrarse por un hermano que se ha curado sino que solo ven el incumplimiento del precepto religioso.

Quizá Jesús no sería tan irreverente con el sábado si ellos no vivieran volcados en las minucias de la religión. Tal vez Jesús les hubiera aprobado si en vez de decir: “Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla”, hubieran dicho: “¡Nos alegramos por ti, hermano! Aprovecha este día dedicado al Señor para darle gracias. Y no lleves la camilla porque hoy es el día del Señor y tu único trabajo debe ser adorarle”.

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