6 marzo 2016. Domingo de la cuarta semana de Cuaresma (Ciclo C) – Puntos de oración

El otro día le preguntaba a un militante: “¿de qué queréis que os hable en los puntos de oración? Dime una idea; un tema sobre el que estéis pensando”. Al día siguiente me dijo: “Pues una idea sería la de que los cristianos tenemos la responsabilidad de contagiar de ilusión y esperanza a este mundo apagado, ya que conocemos la fuente de la esperanza.”
¡Pues ya tenemos una buena tarea, y no hay tiempo que perder! Nos encontramos dentro de un mundo apagado que se está olvidando de Dios y nos influye a nuestra vida, y a veces nos cuesta distinguir. Pero nosotros hemos conocido la luz, una luz que ilumina un trozo de nuestro camino; hay que pedirle continuamente nueva luz al Señor, para no tropezar; por eso hacemos nuestro rato de oración diaria en silencio, para escuchar Su voz en nuestro corazón, y aunque no siempre sepamos traducir lo que nos dice, nos está dando fuerzas. Esa fuerza nos hace mantener nuestra esperanza e ilusionarnos vertiéndola en los que nos rodean. Dicen: “ése siempre está alegre”; es que su vida es orante.
¿Y qué nos hace dejar de ver la luz y apagarnos por momentos? Está claro que es el pecado el que nos aparta de Dios.
Hoy podemos contemplar cómo nos adentramos en un camino oscuro cuando pecamos; un camino atractivo, quizás por la fantasioso o diferente que tiene, pero que pareciendo paralelo al camino que lleva a la meta, se acaba convirtiendo en perpendicular, alejándose de Dios; al ser resbaladizo nos hace tropezar con las zarzas y caídos en la oscuridad de la niebla nos cuesta ver hacia dónde estaría la luz. Pero Dios nos hace señas dejando un rayo de luz justo en el hueco entre ramas frondosas y, sucios de barro, conseguimos volver a Él, y, “un corazón humillado y quebrantado, Él no lo desprecia”. Limpios y alegres, seguimos adelante; pero hay que tener cuidado de no confiarse demasiado y pensar: “Ya voy por el camino correcto, no me perderé”. ¡Cuidado que vienen bifurcaciones en el camino! Y hay que tomar una decisión, y para ello hay que pensar y discernir cuál es la correcta, la que le agrada a Dios porque sabe que es la que más nos conviene, y así escoger libremente el bien.
Comparto otra imagen que me venía en un día de oración, también sobre el pecado y la confesión: “Estamos solos Dios y yo; delante empieza un puente; el puente de la vida; hay que llegar al otro lado, donde comienza la vida eterna. No se ve el final del puente. Comenzamos a andar, yo cogido de su mano; hay océano a ambos lados, pero el puente es alto y parece seguro; me suelto de su mano, avanzo, retrocedo, miro el mar, y le miro a Él, alegre de la belleza del agua. Me da indicaciones, “más a la derecha, más a la izquierda, cuidado, más cerca de mí, puede haber peligros”... Llega un momento en que confío tanto en mí mismo y el mar es tan fascinante que me acerco a la barandilla, no Le oigo; ¡cada ola que viene es aún más bonita! Empiezan a mojar el puente y a pasar de un lado a otro; la belleza del mundo se convierte peligrosa, y por una parte, eso me atrae; Le miro, veo su cara de preocupación, quiero volver, pero me tiene anonadado una ola preciosa; de repente, me tira al mar. Perdido. Pero su mano me coge, me devuelve al puente y me seca. Olvidado todo, seguimos andando. El espectáculo de la vida es increíble; cada ola es diferente y todas tienen tanta inmensidad que parecen las más grandes; unido a su mano, las vivo cada una en el momento presente; ya sé que no debo acercarme a la barandilla, pero me suelto de nuevo de su mano, aun estando muy cerca de Él, y las olas me quieren llevar a su terreno; yo mareado, y Él me coge a tiempo. Y espero algún día aprender a no soltarme de Su mano, que es como más a gusto estoy. Ahora hay más personas en el puente, y agarrado a Él, debo interactuar con ellas.”
Esta interactuación es la responsabilidad que decíamos en el primer párrafo; no podemos dejar que estas personas que vemos se caigan del puente y no se salven. Tenemos que agarrarlas con una mano, porque si soltamos la otra mano, nos llevará el mar a los dos. El agua da la vida, por eso se debe mojar el puente, pero sin el puente esa misma agua nos ahoga y da la muerte.
¿Y cómo me toca a mí contagiar esta luz que yo veo? ¿Dónde puedo ofrecer, estar alegre, transparentar la Luz? ¿Estáis entusiasmados por iluminar cada rincón por el que paséis? Creo que cada vez que nos confesamos como el hijo menor del que nos habla hoy el Evangelio, ese hijo que vuelve de tierras lejanas, perdidas y peligrosas. Y es posible que nos preguntemos a la vuelta a la casa del Padre, cuando aún estamos lejos pero nos hemos dado cuenta de nuestros pecados: “¿Cómo voy yo a iluminar hoy a los que me rodean si no me queda nada de luz? Tengo que esperar a estar en gracia”. Pues no; estemos en el momento en que estemos, todo el bien que podamos hacer, hagámoslo; con nuestra mini luz que ilumina un centímetro, alumbremos; Dios aprovecha cada detalle; incluso esa situación nos puede ayudar para encontrar mejor la luz.

Delante va caminando María. Madre, Ayúdanos; siguiendo tus pasos hacia Cristo, no nos perderemos; ruega por nosotros, pecadores.

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