Salto en el vacío
para vivir de la confianza cuando intuimos que viene la cruz. Saltar a sus
brazos como un niño que quiere a su madre, a su padre. Pase lo que me pase, es
para mi bien, es para el bien de muchos…al final todo es eternidad. ¡Qué fácil
decir esto!, ¿Verdad? Sin embargo, hasta que no hay en nosotros un abandono,
desde lo profundo, desde no dudar de Jesús ¡Cómo cuesta!
Y escribo estos
puntos escuchando toser muchas veces a Abelardo. Sus flemas, debido al proceso
de la enfermedad, no las traga bien. Esto pasa muchas veces. Abe lleva ¡tantos
años clavado en esta cruz!. Pero él quiso (cuando era aún consciente) estar
clavado, como Jesús, para dar vida. Ahora no es consciente, pero es que ya no
se pertenece. Tanto el valor de ese sufrimiento como el verse superándolo ya no
es posible. Las manos (el alma) vacías, se lo impiden. Otro está haciendo su
obra en él; “toma ahora las manos mías y transfórmalas en tuyas… son
manos para dar vida, moviéndolas Tú y no yo”…
Esto me hace pensar
que ahora que somos conscientes, ahora que es semana de pasión, puedo ofrecerme
a Jesús para que en mi nada y desde ella, con todo mi ser, tome para aliviar su
sed de almas, sed de dar vida, “tengo sed”, nos dirá desde la cruz.
Sal 68,8-10.21-22.31.33-34
La afrenta me
destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y
no la hay;
consoladores, y no
los encuentro.
Vamos, pues a querer
acompañar a Jesús cada instante de estos días. Vamos a ejercer esta obra de
misericordia con Él. Ahora que se hace tan pequeño, tan necesitado, tan “como
nosotros”. Más si cabe. Ahora que alarga nuestro ser personas hasta extremos que
sólo el Amor hace posible por mí.
Queremos pedirle
ayuda para meditar el evangelio donde se narra la traición. Duro evangelio, sin
duda. Por una parte, nuestras traiciones a Jesús y, por otra, nuestra reacción
a las ofensas, traiciones de los más íntimos, ¿tenemos o la hemos sentido
alguna vez?. Pasar “esos fuertes y estas fronteras” (S. Juan de la Cruz).Sólo
lo conseguiremos, sin que quede amargura, resentimiento ni desconfianza cuando,
identificados con nuestro Jesús, el amor al Padre nos hace ver todo aquello
como algo necesario que no somos capaces de comprender.
Querer acompañar a
Jesús, no dejarle en ningún momento, como una lapa. Sentir, mirar y caminar con
Él; sus pasos, los míos. “Ya no guardo ganado, ni tengo
otro oficio, que ya sólo en amar
es mi ejercicio” (S.
Juan de la Cruz). Mi ejercicio-actitud de estos días, es amar al Amor. Y esto,
dentro de las tareas cotidianas y obligaciones laborales, familiares, de
amistad.
Imposible pensar en
Jesús, sin tener presente a María, la madre. Nos es muy difícil sospechar los
abismos de soledad y amargura que a oleadas anegaban el corazón de la Virgen.
Sólo un amor purísimo y como tal, dispuesto a hacerse otro con su-s hijo-s,
podría soportarlo. Es la hora de la Pasión. La hora en que el Padre permite,
aunque sostiene “en la oscuridad”. El Padre está libando el amor de oro de su
Hijo, de su esposa y madre, para dar-me vida. Parece que no hay otro camino.
A esta Madre
queremos consolar, acompañar, querer y seguir. A esta madre que todo lo puede,
traemos los miles de refugiados, mártires, los ajusticiados sin justicia, los
condenados sin causa, los que frívolamente pasan estos días deseando más y más
consumo, playas y fiestas.
La Pasión de Nuestro
Señor Jesucristo está aquí. ¿Dónde estamos tú y yo? ojalá que, “por, con, y en
Él”, elevando al Padre del Cielo, nuestra alabanza y gloria.
La afrenta me
destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y
no la hay;
consoladores, y no
los encuentro.