Empezamos
nuestro rato de oración ofreciendo las actividades del día de hoy,
pidiendo ayuda al Espíritu Santo y a nuestros intercesores.
La lectura del
evangelio de hoy nos cuenta la visita de Jesús a dos hermanas: Marta y María.
Sabemos por otros momentos del evangelio que aquella era una casa que Jesús
visitaba con frecuencia, en ella también vivía su amigo Lázaro. El tercer
hermano de la familia.
Ambas hermanas
ofrecen acogida al señor, pero de distinta manera. María escuchaba a los pies
del Señor. Marta se multiplicaba para que todo estuviera bien, en su punto,
agradable a Jesús.
En un momento,
Marta se agobia. Esta hermana muestra la psicología de la persona activa, hace
cosas pero se exige más a sí misma, pensando que se puede hacer todavía más,
acaba angustiándose. Por otro lado ve a su hermana tranquila, tiene una
cierta envidia de la serenidad de su hermana y además siente como si Jesús
prefiriera a María y salta irritada: “Señor, ¿no te importa que mi hermana
me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude (v.40).
Jesús le
responde; “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, una sola
es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (v.41-42).
En sus
ocupaciones, Marta corre el riesgo de poner el acento en las cosas y no en la
persona, Jesús. Hace tantas cosas por el huésped, sirviéndole, alimentándole
que se olvida de su presencia, se olvida del propio huésped.
María
escuchaba a los pies del Señor, como tantas veces hacían sus discípulos. El
huésped estaba a gusto porque era escuchado, acogido como persona, con su
historia, su corazón rico de sentimientos y de pensamientos, escuchado se
sentía verdaderamente en familia.
Es Dios el que
viene muchas veces a nosotros y nosotros hablamos, hablamos, hablamos y
hablamos, pero muchas veces no escuchamos. No dejamos hablar a Él a nuestro
corazón.
Jesús puede
ser nuestro huésped, pero le hemos podido poner en un rincón y tenerle allí
callado. Nosotros podemos estar ocupados en muchas cosas, queremos agradarle
incluso, queremos que nos agradezca lo que hacemos por Él. Pero podemos no
escucharle, Él se puede sentir como en una posada, un hostal, pero no en
familia.
Esto mismo nos
puede ocurrir con nuestros ancianos y enfermos, nos disculpamos: “es que
repiten mucho las cosas…son muy pesados”. Les atendemos, les ayudamos con la
comida, les llevamos al médico, pero algunas veces nos falta la acogida y
escucha.
Hoy vivimos
con alto nivel de ansiedad por querer hacer más cosas de las que podemos,
algunas cosas no podemos dejar de hacerlas porque son importantes. Esto origina
que tendamos a perder nuestra capacidad de escucha. Estamos ocupados
continuamente y así no tenemos tiempo para escuchar.
Acabemos
nuestras reflexiones con un coloquio con Jesús. Examinemos con el Maestro
nuestro corazón, pidiendo a la Virgen nos preste su “corazón para escucharle”.
“Hágase en mí según tu palabra”, tu palabra que he escuchado y asimilado. Que
ella nos libre de esa dureza de corazón que nos hace insensibles a las
necesidades de los que nos rodean. Que ella nos dé la paz que precisamos para
escuchar al hermano.