8 octubre 2017. Domingo XXVII del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

Antes de iniciar nuestro rato de oración, nos ponemos en presencia del Señor. Ojalá podamos estar delante de un sagrario y mirar cara a cara al Señor, sentirlo cerca y entablar un diálogo cariñoso con Él.
Las lecturas de hoy son muy ricas en detalles y debemos sacarles todo el partido posible. Yo te voy a hacer unas sugerencias pero tú puedes mejorarlas con tus sentimientos y aportaciones. Como de costumbre la primera y la tercera lecturas están muy unidas, incluso parecen una repetición. Lo cierto es que tienen muchos matices diferentes. Las dos nos hablan de una viña que tiene el Señor: en la primera el Señor se queja de que su viña no se ha portado bien. Dios la ha colmado de todos los beneficios y sólo le devuelve agrazones.
En el Evangelio Jesús cuenta una parábola que describe mejor aún la realidad: Dios tiene una viña y se la encomienda a unos labradores; a su tiempo envía a unas personas para que le entreguen la parte de la cosecha que le corresponde… La viña es la iglesia, el pueblo de Israel, el nuevo pueblo de Dios. Los levitas, sacerdotes y demás son los que se hacen cargo de la viña del Señor; ahora son las personas a las que el Señor les ha encomendado su viña. Dios envía durante toda la historia a profetas y grandes santos que nos recuerdan que debemos darle al Señor lo que le corresponde: santa Teresa, Javier, Ignacio, los últimos papas. Seguimos sin hacerles caso. También les manda a su Madre pensando que con la ternura entrarían en razón…, y nada.
Después, en un alarde de generosidad por parte de Dios nos manda a su propio Hijo: “Al ver que es mi hijo, le harán caso”, pero los labradores vieron la oportunidad: este es el hijo y heredero; si lo matamos nos podremos quedar con la herencia; y sacándolo de la viña lo crucificaron.
¿Qué hará el Señor después de tan grande asesinato? Todos dicen mandará a su ejército y matará a esos labradores… Pues NO, se ha encontrado con que su hijo, ha resucitado y se convierte en el principal defensor de dichos labradores.  Además dicho Señor se deja llevar de su corazón misericordioso y les perdona y les sigue rodeando de ternura. La realidad ha superado en amor  a la parábola que cuenta Jesús: el amor de Dios no tiene fin. Donde abundó el pecado, sobreabundó la misericordia.

¡Cómo no voy a querer a un Dios que se porta de esta manera!

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