Antes de iniciar nuestro rato de
oración, nos ponemos en presencia del Señor. Ojalá podamos estar delante de un
sagrario y mirar cara a cara al Señor, sentirlo cerca y entablar un diálogo
cariñoso con Él.
Las lecturas de hoy son muy ricas en
detalles y debemos sacarles todo el partido posible. Yo te voy a hacer unas
sugerencias pero tú puedes mejorarlas con tus sentimientos y aportaciones. Como
de costumbre la primera y la tercera lecturas están muy unidas, incluso parecen
una repetición. Lo cierto es que tienen muchos matices diferentes. Las dos nos
hablan de una viña que tiene el Señor: en la primera el Señor se queja de que
su viña no se ha portado bien. Dios la ha colmado de todos los beneficios y
sólo le devuelve agrazones.
En el Evangelio Jesús cuenta una
parábola que describe mejor aún la realidad: Dios tiene una viña y se la
encomienda a unos labradores; a su tiempo envía a unas personas para que le
entreguen la parte de la cosecha que le corresponde… La viña es la iglesia, el
pueblo de Israel, el nuevo pueblo de Dios. Los levitas, sacerdotes y demás son
los que se hacen cargo de la viña del Señor; ahora son las personas a las que
el Señor les ha encomendado su viña. Dios envía durante toda la historia a
profetas y grandes santos que nos recuerdan que debemos darle al Señor lo que
le corresponde: santa Teresa, Javier, Ignacio, los últimos papas. Seguimos sin
hacerles caso. También les manda a su Madre pensando que con la ternura entrarían
en razón…, y nada.
Después, en un alarde de generosidad por
parte de Dios nos manda a su propio Hijo: “Al ver que es mi hijo, le harán
caso”, pero los labradores vieron la oportunidad: este es el hijo y heredero;
si lo matamos nos podremos quedar con la herencia; y sacándolo de la viña lo
crucificaron.
¿Qué hará el Señor después de tan grande
asesinato? Todos dicen mandará a su ejército y matará a esos labradores… Pues
NO, se ha encontrado con que su hijo, ha resucitado y se convierte en el
principal defensor de dichos labradores. Además dicho Señor se deja
llevar de su corazón misericordioso y les perdona y les sigue rodeando de
ternura. La realidad ha superado en amor a la parábola que cuenta Jesús:
el amor de Dios no tiene fin. Donde abundó el pecado, sobreabundó la
misericordia.
¡Cómo no voy a querer a un Dios que se
porta de esta manera!