31 octubre 2017. Martes de la XXX semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

En este día previo a la gran solemnidad de Todos los Santos, podemos orientar nuestra mirada y pensamiento hacia la santidad: Verla y “gustarla” como la meta de nuestra vida.
Y podemos hacerla de un modo sencillo y muy ignaciano: Repitiendo y saboreando en la oración la petición preparatoria que nos propone San Ignacio para el inicio de todas las meditaciones y contemplaciones. Ojalá nos acostumbremos y la aprendamos de memoria y con ella iniciemos no sólo la oración sino los actos principales de cada día.
La oración es esta: “Pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todos mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente al servicio y alabanza de su divina majestad”.
En realidad, esta petición (que cada uno la puede resumir o actualizar a su lenguaje y sensibilidad) es una manera resumida del “Tomad y recibid” de la contemplación para alcanzar amor, que termina con “dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta”. Pues si nos fijamos un poco, nos damos cuenta de que recibir el amor y la gracia de Dios es lo mayor que podemos recibir: Recibir y “hacer propia” la misma vida de Dios, hacer mío a Dios.
Y esto en realidad es lo que pedimos en la oración preparatoria, pues a Dios le pedimos que Él nos encuentre siempre completamente abiertos a su acción y donación de amor: Que todo lo que soy, hago, siento y deseo (intenciones, acciones y operaciones) esté orientado directamente a que Dios reine en mí. Como esta apertura sin condiciones a Dios en mi corazón y en mi vida es imposible que la consiga yo solo, se lo pido a Jesús que me lo consiga, que me lo regale.
En suma, hoy nuestra oración puede consistir en recitar pausadamente la oración preparatoria y en ir abriendo mi ser, mi hacer, mi sentir y mi desear al Ser, al Hacer y al Desear de Dios en mí.

Dadas las últimas noticias del proceso de beatificación, podemos tener muy presente al Padre Morales, quien nos injertó en la espiritualidad ignaciana y nos mostró en su vida que la santidad más que hacer es dejarse hacer por Dios, y con su palabra nos enseñó el abandono a la Voluntad de Dios, a pedir como un mendigo la gracia de Dios y a refugiarnos con confianza en el Corazón de la Virgen.

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