26 octubre 2017. Jueves de la XXIX semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Entre las lecturas litúrgicas de la Misa de hoy, la Iglesia nos ofrece el salmo 1. De él leemos en los Santos Padres elogios como los siguientes:
“¿Qué mejor comienzo del salterio que esta profecía y alabanza del hombre perfecto en su relación con el Señor?” (Orígenes). “El salmo primero es la base que sustenta el entero edificio del salterio” (Basilio). “Magnífico salmo para empezar el salterio: expresa la esperanza de la felicidad, la amenaza del juicio, la promesa de incorporación al misterio de Dios” (Hipólito) “Todo hombre desea la felicidad. Por eso el salmo primero describe al que es realmente feliz” (Eusebio).
Los salmos, como parte integrante de la Sagrada Biblia, de la Revelación son, como nos dice san Pablo “palabra de Dios viva y eficaz, y más penetrante que espada de doble filo” (Hb 4, 12). Por ello, pueden y deben ayudarnos en nuestra oración. De ahí que nos recomiende san Agustín: “Si el salmo ora, orad; si gime, gemid... Todo lo que ahí se escribe es espejo que nos refleja” (Enarrationes in Psalmos, XXXIII, 1).
Por ello, una forma de orar los salmos es repetir una y otra vez, pausada, cadenciosamente, el estribillo que forma parte del salmo. El de hoy, “dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”. Oración de repetición, que como mansa lluvia irá realizando en el alma lo que el Señor pone en boca del profeta: “Como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo, y llevará a cargo mi encargo” (Is 55, 10).
Tengamos el convencimiento de que el que ora pronunciando un salmo, alcanza realmente al Dios verdadero, lo adora espiritualmente y de verdad. Empieza a sentir lo que no sentía, cobra sinceridad lo que era fórmula, crece y se afirma lo que apuntaba.
El creyente que reza un salmo no representa a otro, sino que entrega su persona a la oración. Hace suyas las palabras del salmo sujetándose a ellas. Sin fingimiento ni ficción, revive una experiencia vicaria mediada por el salmo y después la expresa sincera y válidamente con las palabras del salmo. Se identifica, no con el autor del salmo, sino con el orante. El orante es ahora él.

“Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”.

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