23 octubre 2017. Lunes de la XXIX semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor, y escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza quien habla”
El Evangelio se resume en una pregunta bien sencilla: ¿Cuál es mi riqueza? ¿Dónde pongo mi confianza? Nuestra oración debe ser, no tanto una respuesta, sino pedir la gracia de responder adecuadamente: ‘Mi riqueza eres Tú Señor’. Vivimos en la tierra, pero ansiamos el Cielo. Recorremos nuestros años con el correr de las agujas del reloj, pero estamos hechos para la eternidad. Mi riqueza no está en la posesión de bienes materiales, tampoco en títulos, honores, poder o fama. Tampoco en éxitos, placeres y buena vida. No son pocas las veces que nos vemos echando de menos o anhelando los consuelos del mundo, nos atraen tanto sus seducciones… Es como si no nos bastase el Señor para sabernos ricos.
Es por tanto el momento de alzar la mirada la Cielo, de elevar nuestro corazón al que es Señor del tiempo y la eternidad, y saber que nuestros nombres están inscritos en el Cielo, que nuestra “recompensa”, nuestra riqueza real está preparada en su plenitud en el Más Allá. Sugiero, por tanto, una oración para anhelar el Cielo. Cuando nos veamos, cuando Dios quiera (quizás mañana, quizás dentro de muchos años), en el momento de la muerte, después de tanta vida acumulada, sí podremos decir que hemos alcanzado y hecho rebosar nuestro depósito de riqueza y será ese el momento de decir, con el hombre necio del Evangelio: “date buena vida”… ¡y tan buena vida! Porque es la vida con mi amado, con mi riqueza, mi tesoro… No me doy yo la buena vida, me la da y me la colma Cristo. Mi riqueza es la fe en Cristo, que me ofrece gratis la salvación.
Es, por tanto una cuestión de confianza. A Abrahán no le salvaron sus bienes, tampoco sus posesiones o éxitos (que no debían ser pocos…), le salvó la fe en la promesa de Dios. La promesa de que todas mis esperanzas, todos mis anhelos, Dios los colma y los hace sobreabundar. No te creas que estás acumulando méritos ante el Señor, Él no se deja ganar en generosidad.

Feliz oración.

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