“A Dios que concede el hablar y el
escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor, y
escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza quien habla”
El Evangelio se resume en una pregunta
bien sencilla: ¿Cuál es mi riqueza? ¿Dónde pongo mi confianza? Nuestra oración
debe ser, no tanto una respuesta, sino pedir la gracia de responder
adecuadamente: ‘Mi riqueza eres Tú Señor’. Vivimos en la tierra, pero ansiamos
el Cielo. Recorremos nuestros años con el correr de las agujas del reloj, pero
estamos hechos para la eternidad. Mi riqueza no está en la posesión de bienes
materiales, tampoco en títulos, honores, poder o fama. Tampoco en éxitos,
placeres y buena vida. No son pocas las veces que nos vemos echando de menos o
anhelando los consuelos del mundo, nos atraen tanto sus seducciones… Es como si
no nos bastase el Señor para sabernos ricos.
Es por tanto el momento de alzar la
mirada la Cielo, de elevar nuestro corazón al que es Señor del tiempo y la
eternidad, y saber que nuestros nombres están inscritos en el Cielo, que
nuestra “recompensa”, nuestra riqueza real está preparada en su plenitud en el
Más Allá. Sugiero, por tanto, una oración para anhelar el Cielo. Cuando nos
veamos, cuando Dios quiera (quizás mañana, quizás dentro de muchos años), en el
momento de la muerte, después de tanta vida acumulada, sí podremos decir que
hemos alcanzado y hecho rebosar nuestro depósito de riqueza y será ese el
momento de decir, con el hombre necio del Evangelio: “date buena vida”… ¡y tan
buena vida! Porque es la vida con mi amado, con mi riqueza, mi tesoro… No me
doy yo la buena vida, me la da y me la colma Cristo. Mi riqueza es la fe en
Cristo, que me ofrece gratis la salvación.
Es, por tanto una cuestión de confianza.
A Abrahán no le salvaron sus bienes, tampoco sus posesiones o éxitos (que no
debían ser pocos…), le salvó la fe en la promesa de Dios. La promesa de que
todas mis esperanzas, todos mis anhelos, Dios los colma y los hace
sobreabundar. No te creas que estás acumulando méritos ante el Señor, Él no se
deja ganar en generosidad.
Feliz oración.