Hacemos silencio para entrar en
presencia de Dios, que habita nuestro corazón. Nos disponemos a acoger su amor
resucitador y su mensaje de vida que nos la da a nosotros en estos días de
pascua.
Las lecturas de hoy siguen
ayudándonos a profundizar en el misterio de la Pascua. Dios vence, lo puede
todo y lo muestra para que creamos en Él y, siguiéndole, tengamos vida eterna.
El archiconocido evangelio de los panes y los peces enlaza con el consejo de
Gamaliel en la primera lectura. Si algo forma parte del plan de Dios saldrá
adelante, a pesar de que los poderosos del mundo pongan todos los impedimentos
posibles y a pesar de que los que queremos echar una mano nos sintamos
totalmente desbordados, indignos e inútiles para contribuir a implantar el
reino de Dios en nuestra sociedad.
No nos damos cuenta de que los peces y los panes son nada, uno solo habría bastado. La resurrección revienta para siempre los cálculos, la lógica, lo esperable. La Pascua es tener la certeza de que Dios realiza lo impensable, vuelve realidad lo que nosotros ni siquiera nos atrevemos a soñar… porque no hemos entendido nada, como los apóstoles hasta que Jesús se les aparece. Pidamos, pues, que en esta Pascua Jesús también entre en nuestras casas y en nuestros corazones para que comprendamos que no hace falta entenderlo todo, sino confiar y dejarse llevar por el espíritu, que está a punto de llegar.