Nos ponemos en manos del Espíritu
Santo para comenzar nuestra oración.
En la primera lectura, se nos
presenta como por medio de la curación de un paralítico los apóstoles
aprovechan para hablar a la gente sobre Jesús. Son duros y les echan en cara lo
que han hecho mal, pero con total esperanza. Les anima a la conversión y les
recuerdo la historia de Amor de Dios para con ellos y como se renueva su
alianza.
Me encanta fijarme en los
enfermos, ese paralítico sanado que sirve de excusa para curar la verdadera
enfermedad de no seguir a Jesús. ¿Cómo va mi parálisis de Amor? ¿Dejo que me
curen, me arrepiento y me convierto?
El Salmo es un piropo precioso
que nos hace Dios. Nos recuerda lo maravillosos que somos, creación suya
capaces de Dios. Nos ama, independientemente de todo lo demás, nos ama. ¿Nos
amamos nosotros? ¿Nos dejamos amar?
Por último, el Evangelio es
realmente entrañable. Lo leo y hasta me entra la risa, que pensaban que era un
fantasma… (¿cómo será un cuerpo glorioso?). Jesús les miraría y
pensaría “madre mía, se siguen sin enterar de nada” y con ternura se acerca a
ellos, come con ellos y les ayuda a comprender la Escrituras.
Cuántas veces se nos aparece el
Señor cada día y no sabemos reconocerle. Hoy quiere aparecerse en nuestra vida
e invitarnos a amar, a ser testigos de que está vivo, enloquecer de amor y
acercarnos a la gente, comer con ellos, explicarles las escrituras.
Os invito a terminar la oración, como siempre, con María. Nuestra Madre consolada y feliz. Dejémonos contagiar de su alegría desbordante y su esperanza de eternidad.