«Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos»
Pedro y Juan
subían al tempo, a la oración de la hora nona, así comienza la primera
lectura del día de hoy. Me parece una estupenda composición de lugar para la
oración de este día. Subir, supone ponerse en marcha hacia un lugar más
elevado. Podemos traer al recuerdo alguna subida que hayamos hecho a la montaña
y el rato de silencio de la cumbre. En silencio, desde la cima se contempla el
camino recorrido, los valles y muchas veces otras cumbres más elevadas. ¡Qué
sugerente es ver a los Apóstoles subir a la oración! Cada uno, ahora que busque
ese momento de subir a la oración, de subir bajando para
disponernos al encuentro con el Señor. Ya no hace falta subir a un templo
físico a una hora concreta porque después de la muerte y resurrección de
Cristo, el templo antiguo ha quedado destruido y los verdaderos adoradores lo
hacen en espíritu y verdad en comunión con la Iglesia, Cuerpo de Cristo (Lumen gentium,7).
El Evangelio del día
nos narra el encuentro de los discípulos de Emaús con Jesús resucitado o mejor
dicho del encuentro del resucitado con dos discípulos desanimados mientras iban
caminando a Emaús. Me parece que es uno de los evangelios más comentados y yo
no pretendo añadir nada nuevo. Lo mejor será personalizarlo, pasarlo por el
corazón desde nuestra propia experiencia, pues de alguna manera todos somos o
hemos sido o lo seremos discípulos desanimados. Cualquiera, y esto queda muy
claro en los evangelios de la pasión, en algún momento, por más o menos tiempo
puede irse de la comunidad. Además, desde 2020 la nueva situación de pandemia
nos puede estar probando de una manera que no esperábamos y esto nos puede
desalentar.
Meditemos en el
camino de Emaús. Los desanimados, los pesimistas y los tristes parece que se
juntan. Cuando uno está triste, bajo de ánimo, se siente más cómodo con otros
que también lo están. Se juntan y desahogan sus penas; la visión pesimista es
compartida, aunque con matices, pues el evangelio dice que conversaban y
discutían. En lo que más están de acuerdo es en la decisión de no seguir
adelante con los ideales anteriores. El ánimo bajo influye en la conducta. En
ellos, todos nos podemos sentir reflejados. ¿Quién no ha sentido alguna
profunda frustración en sus ideales y se ha sentido muy desanimado? ¿Quién ha
encontrado todo lo que buscaba? ¿Quién no se ha juntado con otro para analizar
la situación y ha terminado quejándose o incluso criticando? Cuando uno está
desanimado y triste busca fácilmente justificarse y empieza a cambiar los
motivos y las atribuciones de sus actos. Eso que hice, pensamos: lo hice porque
era joven y todos lo hacían; pero ahora ya no se puede, nadie lo hace, nadie lo
entiende, nunca eso funcionará. Empiezan a dominar en nuestro pensamiento los
adverbios: pero, nunca, nadie, nada, … Y esta situación anímica nos impide ver.
Por eso San Ignacio nos dice que en tiempos de desolación no hacer mudanza. Y
no pensemos que es solo para momentos de gran desolación. Los ojos de los
discípulos de Emaús no eran capaces de reconocer a Jesús.
En la oración,
Jesús sale a nuestro encuentro con palabras que hablan al corazón, que nos
ayudan a seguir adelante, a tener esperanza. Por eso la oración es un momento
privilegiado para hacer discernimiento. Él, suele empezar con alguna pregunta
que sea de nuestro interés. ¿Qué conversación es esa que traéis
mientras vais de camino? Después nos explicará la situación y puede
que nos caiga algún reproche: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo
que dijeron los profetas! También hará como que se va, y él
simuló que iba a seguir caminando, pero en el fondo está deseando
quedarse con nosotros, sentarse a la mesa y compartir el Pan. Entonces los
discípulos lo reconocieron. Ojalá que también nosotros lo reconozcamos en la
oración, en la Eucaristía, en la Iglesia, en las personas que nos ayudan a
discernir, en los pobres y necesitados. Y nos volvamos a Jerusalén, a nuestra
comunidad de origen y digamos a todos: es verdad, ha resucitado el Señor y vive
entre nosotros.
Terminemos con una oración de súplica a la Virgen: Madre, que Jesús resucitado sea mi consuelo en los momentos de desánimo y mi esperanza en mis miedos. Que cuando dude y quiera dejarlo todo sienta la presencia de tu Hijo y lo reconozca especialmente en la oración, en la Eucaristía y en la Iglesia. Y dame, madre, mucho ánimo para que crea con todas mis fuerzas y pueda anunciar a mis hermanos que Él está vivo y les ama como sólo Dios puede hacerlo.