7 abril 2021, miércoles de la Octava de Pascua. Puntos de oración

«Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos»

Pedro y Juan subían al tempo, a la oración de la hora nona, así comienza la primera lectura del día de hoy. Me parece una estupenda composición de lugar para la oración de este día. Subir, supone ponerse en marcha hacia un lugar más elevado. Podemos traer al recuerdo alguna subida que hayamos hecho a la montaña y el rato de silencio de la cumbre. En silencio, desde la cima se contempla el camino recorrido, los valles y muchas veces otras cumbres más elevadas. ¡Qué sugerente es ver a los Apóstoles subir a la oración! Cada uno, ahora que busque ese momento de subir a la oración, de subir bajando para disponernos al encuentro con el Señor. Ya no hace falta subir a un templo físico a una hora concreta porque después de la muerte y resurrección de Cristo, el templo antiguo ha quedado destruido y los verdaderos adoradores lo hacen en espíritu y verdad en comunión con la Iglesia, Cuerpo de Cristo (Lumen gentium,7).

El Evangelio del día nos narra el encuentro de los discípulos de Emaús con Jesús resucitado o mejor dicho del encuentro del resucitado con dos discípulos desanimados mientras iban caminando a Emaús. Me parece que es uno de los evangelios más comentados y yo no pretendo añadir nada nuevo. Lo mejor será personalizarlo, pasarlo por el corazón desde nuestra propia experiencia, pues de alguna manera todos somos o hemos sido o lo seremos discípulos desanimados. Cualquiera, y esto queda muy claro en los evangelios de la pasión, en algún momento, por más o menos tiempo puede irse de la comunidad. Además, desde 2020 la nueva situación de pandemia nos puede estar probando de una manera que no esperábamos y esto nos puede desalentar.

Meditemos en el camino de Emaús. Los desanimados, los pesimistas y los tristes parece que se juntan. Cuando uno está triste, bajo de ánimo, se siente más cómodo con otros que también lo están. Se juntan y desahogan sus penas; la visión pesimista es compartida, aunque con matices, pues el evangelio dice que conversaban y discutían. En lo que más están de acuerdo es en la decisión de no seguir adelante con los ideales anteriores. El ánimo bajo influye en la conducta. En ellos, todos nos podemos sentir reflejados. ¿Quién no ha sentido alguna profunda frustración en sus ideales y se ha sentido muy desanimado? ¿Quién ha encontrado todo lo que buscaba? ¿Quién no se ha juntado con otro para analizar la situación y ha terminado quejándose o incluso criticando? Cuando uno está desanimado y triste busca fácilmente justificarse y empieza a cambiar los motivos y las atribuciones de sus actos. Eso que hice, pensamos: lo hice porque era joven y todos lo hacían; pero ahora ya no se puede, nadie lo hace, nadie lo entiende, nunca eso funcionará. Empiezan a dominar en nuestro pensamiento los adverbios: pero, nunca, nadie, nada, … Y esta situación anímica nos impide ver. Por eso San Ignacio nos dice que en tiempos de desolación no hacer mudanza. Y no pensemos que es solo para momentos de gran desolación. Los ojos de los discípulos de Emaús no eran capaces de reconocer a Jesús.

En la oración, Jesús sale a nuestro encuentro con palabras que hablan al corazón, que nos ayudan a seguir adelante, a tener esperanza. Por eso la oración es un momento privilegiado para hacer discernimiento. Él, suele empezar con alguna pregunta que sea de nuestro interés. ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Después nos explicará la situación y puede que nos caiga algún reproche: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! También hará como que se va, y él simuló que iba a seguir caminando, pero en el fondo está deseando quedarse con nosotros, sentarse a la mesa y compartir el Pan. Entonces los discípulos lo reconocieron. Ojalá que también nosotros lo reconozcamos en la oración, en la Eucaristía, en la Iglesia, en las personas que nos ayudan a discernir, en los pobres y necesitados. Y nos volvamos a Jerusalén, a nuestra comunidad de origen y digamos a todos: es verdad, ha resucitado el Señor y vive entre nosotros.

Terminemos con una oración de súplica a la Virgen: Madre, que Jesús resucitado sea mi consuelo en los momentos de desánimo y mi esperanza en mis miedos. Que cuando dude y quiera dejarlo todo sienta la presencia de tu Hijo y lo reconozca especialmente en la oración, en la Eucaristía y en la Iglesia. Y dame, madre, mucho ánimo para que crea con todas mis fuerzas y pueda anunciar a mis hermanos que Él está vivo y les ama como sólo Dios puede hacerlo.

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