Entremos en oración con el sentimiento profundo de alegría que nos da el
estar con el Resucitado, el que vive a tu lado y te da la vida eterna. ¡Es de
locos este grandioso regalo! Y el don recibido no nos lo podemos guardar en el
bolsillo. ¿Lo comunicas y repartes como aquellos primeros discípulos?
El evangelio no
queda encerrado en el lugar de su nacimiento, Jerusalén. Comienza, aún con
persecución, la gran «expansión» misionera del evangelio. ¡Soy misión! Señor,
una vez más, agranda nuestros corazones a las dimensiones de tu proyecto
universal. En el día del juicio, Señor, Tú me pedirás cuenta de ese evangelio
que he «guardado» sin haberlo «difundido».
La Palabra de Dios
se transmite por palabras de hombres. Yo también he de repetir la Palabra
divina a mi manera, con mi temperamento personal, con palabras de mi época y de
mi ambiente. ¡Es brutal! Para decir las cosas eternas, hay que encontrar las
palabras de hoy.
¡Y hubo una gran
alegría en aquella ciudad! Signo evangélico. ¿Comunico yo esa alegría pascual,
evangélica? ¿Se me nota en la cara? Que esa alegría de la vida divina en
nosotros, en cada uno sea el mejor testimonio de nuestra fe vivida y anunciada.
¡Señor!, te ruego por tu Iglesia, que sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, de una fiesta interior... el pueblo de los salvados, el pueblo de los salvadores. ¡Que tengamos rostros de salvados! María de la alegría de la resurrección, inunda nuestros corazones de tu mismo gozo. ¡Aleluya!