“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera
que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en
la tristeza el que habla”
Las lecturas de hoy son tan
jugosas, que decir cualquier cosa sobre ellas me parece un obstáculo más que
una ayuda, de tal forma que, siguiendo el dicho que dice “el que mucho abarca
poco aprieta” me centraré en una sola idea, presente en la primera lectura y en
el Evangelio, de forma que puede pasarnos casi desapercibida. Si leyendo las
lecturas algo te llama la atención, te “choca”, no pases adelante, quédate ahí.
Jesús como cumplimiento de la promesa
Al comienzo de la primera lectura
se nos presenta que el que glorifica a Jesús es el Dios de Abraham, Isaac,
Jacob… y Jesús mismo reconoce que la ley y los profetas hablaban de Él. Jesús
es Dios hecho hombre, asumiendo nuestra naturaleza totalmente. Es el hecho más
revolucionario, impensable en nuestras cabecitas. Tanto, que Dios fue
preparando a la humanidad mediante el Antiguo Testamento para ello. Cristo
resucitado es la plenitud a la que el hombre está llamado, pues también
nosotros estamos llamados a la gloria. Cristo inmolado es nuestra alegría,
nuestra redención, nuestra esperanza. ¿Te imaginas con que deseo esperaba Adán
a Cristo resucitado? ¿Y Abraham, Isaac, Jacob, Moisés…? ¿Y todos los hombres
que habían fallecido hasta entonces y esperaban que Cristo les abriera las
puertas del Paraíso? Pues eso. Cristo es el cumplimiento de la promesa. Y
también es cumplimiento de una promesa de salvación para ti y para mí: ¿ansías
la salvación? ¿ansías la gloria del Cielo? Cristo es el cumplimiento de tu
esperanza, deseo, anhelo… Y efectivamente, Dios ha cumplido esa promesa no a
los modos humanos: pasando por la Cruz, por Belén, por el sí de María, “pasando
por uno de tantos”. Que, en nuestras dudas, dificultades, sufrimientos, cruces,
miserias, pecados, nuestras “ralladas” (como se dice ahora), en nuestras
angustias, recelos… elevemos la mirada al Resucitado y una vez consolados por
El “seamos testigos de esto”. Ser testigo es ser bandera del Resucitado, poder
decir: “Cristo vence, y ha vencido en mí”.
Feliz Pascua. Feliz oración.