Empezamos la oración ofreciendo
al Señor nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente
ordenadas al servicio y alabanza de Su divina majestad.
“Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu
vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura” Qué hermosas palabras del Salmo
102. Nos abren a la confianza en la Misericordia de Dios, que me parece lo
central del mensaje de la palabra de Dios el día de hoy. Nos lo recuerda san
Juan en la primera lectura: “Hijos míos, os escribo esto para que no
pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a
Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”. Él ya pagó
la deuda producida por nuestro pecado y nos hace renacer a una vida nueva con
su gracia. Pero para participar de esa gracia hemos de hacer un uso correcto de
nuestra libertad. Misterio de Misericordia. Dios pone en manos del hombre lo
medular de su vida, su salvación. Qué importante es por eso estar atentos a los
llamados de Dios y ayudar a nuestro prójimo a que pueda hacer lo mismo. Pero es
imposible lograr esto sin humildad, sin sencillez. Impresiona constatar que
estas características se ponen de manifiesto sobre todo en los que menos tienen.
De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida, la vida
eterna. Por eso Jesús dice en su oración: “Te doy gracias, Padre, Señor
de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y
se las has revelado a la gente sencilla”. Hace poco he sido testigo de una
manifestación de la Misericordia de Dios a través del sacramento de la unción
de los enfermos. Muchas veces la enfermedad nos pone en una sencillez tal que
nos abre a la gracia. Y es así que, aunque el enfermo por su gravedad no pueda
decir palabra alguna, sus pecados le son perdonados por la gracia del
sacramento. Todo un gesto de amor del Señor a través de su Iglesia.
Finalmente, el Señor nos invita a acercarnos con confianza, aunque el pecado nos traiga cansancio y agobio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Una invitación irresistible a recostar la cabeza en el pecho de Jesús, como lo hizo el apóstol San Juan. Le pedimos a la Virgen nos alcance la gracia de abrirnos a la Misericordia de Dios.