La riqueza de las lecturas de este tiempo de Pascua
nos desbordan por su contenido, esencia de nuestra fe y motivo de
evangelización para todos: Las narraciones de los primeros capítulos de
los Hechos sobre la primitiva comunidad de los Apóstoles, la fuerza que tienen,
el valor que muestran, la valentía de sufrir por Cristo y salir contentos de
haber sufrido, o dar la vida como el martirio de san Esteban del martes, nos
empujan a vivir en esa disposición y hacer de nuestra vida misión y martirio. Y
el capítulo sexto del Evangelio de san Juan sobre el discurso de la Cena, el
Pan de Vida entregado por nosotros, tienen un poder, una fuerza que no es
extraño que quien los lea buscando la verdad se convierta, como la noticia
reciente de un maestro testigo de Jehová y tantos otros que conocemos.
Pero también nosotros tenemos que ir a estos textos y
llevarlos a la contemplación porque suponen una inyección de renovación y
conversión constante.
La primera lectura nos pone en marcha como a Felipe:
“Levántate y marcha por el camino de Jerusalén a Gaza”; no es muy distinto del
nuestro de cada día, con nuestro trabajo bien hecho, encuentro con los que
están a nuestro lado. Como Felipe, sentimos que el Espíritu nos dice
“acércate”, y surge el diálogo; y del diálogo, la luz y de la luz, el agua de
la gracia. La fe que comienza por el bautismo se afianza con la Palabra.
Tenemos un ejemplo del cual el P. Morales cuántas
veces nos hablaba en estos días de Pascua; sacaba lecciones fenomenales de
apostolado alma a alma típico de un militante y de todo cristiano. ¡Cuántos han
llevado a otros a la pila del Bautismo e incluso han sido sus padrinos!
¿De dónde sacamos la fuerza? El Evangelio de hoy es
especial. Contemplando las palabras de Jesús que te habla al corazón y te dice:
“Todo el que escucha al padre, y aprende, viene a mí… En verdad, en verdad os
digo, el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres
comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo
para que el hombre coma de él no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo; el que como de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi
carne para la vida del mundo”.
Es para volverse loco dando gracias por el amor que
nos muestra el Señor. Cuando recibimos al Señor tenemos que sentir unos
escalofríos…, estremecernos de tanto bien recibido y no suficientemente
agradecido.
¡Cómo no salir a anunciar y hacer partícipes a muchos
dispuestos a recibirle, abiertos a la gracia del bien tan inmenso que nos da!
Quien entiende esto, sabe la importancia de la Eucaristía y hace lo imposible
por recibir ese Pan y esa Carne.
Vamos a leer una cita del Concilio Vaticano II,
invitando a todos los cristianos: “La Iglesia con solícito cuidado,
procura que los cristianos no asistan a este ministerio de fe como extraños y
mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y
oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada,
sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa
del Señor, den gracias, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia
inmaculada no solo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se
perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí,
para que, finalmente, Dios sea todo en todos.”
Que santa María nos conceda el gozo de la Pascua, fe creciente, esperanza cierta, alegría desbordante, paz imperturbable y amor ardiente que en la Santa Misa encontraremos si la vivimos ardientemente.