* Primera lectura: En la
historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de
paz. Y aprovechando la ocasión, Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido
por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para
reanimarlas en su fe. Su presencia va acompañada por dos hechos
milagrosos: la curación de un paralítico llamado Eneas, en Lida, y la
resurrección de una discípula que había fallecido en Jafa, Tabita. La
fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en
la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús: «Eneas, Jesucristo te
da la salud, levántate». Y también al resucitar a la mujer, primero se
arrodilla y se pone a rezar, antes de mandarle: «Tabita, levántate». Es lo que
habían hecho él y Juan a la puerta del Templo cuando curaron al
paralítico «en el nombre de Jesús».
San
Cipriano comenta: «En los Hechos de los Apóstoles está claro que las
limosnas no sólo ayudan al pobre. Habiendo enfermado y muerto Tabita, que hacía
muchas buenas obras y limosnas, fue llamado Pedro y apenas se presentó, con
toda diligencia de su caridad apostólica, le rodearon las viudas con lágrimas y
súplicas... rogando por la difunta más con sus gestos que con sus
palabras. Creyó Pedro que podría lograrse lo que pedían de manera
tan insistente y que no faltaría el auxilio de Cristo a las súplicas de los
pobres en quienes Él había sido vestido... No dejó, en efecto, de prestar su
auxilio a Pedro, al que había dicho en el Evangelio que se concedería todo lo
que se pidiera en su nombre. Por tal causa se interrumpe la muerte
y la mujer vuelve a la vida y con admiración de todos se reanima, retornando a
la luz del mundo el cuerpo resucitado. Tanto pudieron las obras de
misericordia, tanto poder ejercieron las obras buenas» (Sobre las
obras y limosnas 6).
*
Salmo: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
La única correspondencia que nos pide Dios es la de la gratitud y la
lealtad. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y
viva. Dios está siempre cerca de sus fieles para librarlos de la
muerte. Quien invoque al Señor jamás será defraudado por Él. Desde
la resurrección de Cristo el camino de la humanidad tiene un nuevo significado:
Quien crea en Cristo Jesús, aun cuando tenga que pasar por la muerte, debe
saber que después de la cruz está la resurrección y la glorificación junto a
Él. Por eso no tengamos miedo en ofrecerle a Dios nuestra propia
vida como una ofrenda agradable a su Santo Nombre, sabiendo que Él velará
siempre por nosotros y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.
*
Evangelio. “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida
eterna”. Algunos discípulos abandonan a Jesús ante sus
llamativas afirmaciones, pero Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el
Hijo de Dios. Comenta San Agustín:
«¿A
quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto
Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde
le viene esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida
eterna. Porque Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre
y nosotros hemos creído y entendido. No entendimos y creímos,
sino creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a
comprender; porque si quisiéramos entender primero y creer después, no nos
hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y
qué lo que hemos entendido? Que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir,
que Tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de carne y
sangre sino lo que Tú eres» (Tratado 27,9 sobre el Evangelio
de San Juan).
ORACIÓN
FINAL:
Dios todopoderoso, confírmanos en la fe de los misterios que celebramos, y, pues confesamos a tu Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen, Dios y hombre verdadero, te rogamos que por la fuerza salvadora de su resurrección merezcamos llegar a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.