Comenzamos nuestra oración de hoy poniéndonos en la
presencia de Dios, que nos enriquece con sus dones en toda circunstancia y nos
hace llegar el Espíritu Santo para que profundicemos con fruto en su Palabra.
Y su Palabra, en este martes de la 4ª semana de
Pascua, es de nuevo lluvia fresca que esponja nuestro espíritu y nos hace decir
con el salmo 86: Alabad al Señor, todas las naciones.
Si nos acercamos a la lectura de los Hechos de los
Apóstoles, vemos como la fe se va extendiendo y -momento crucial en la historia
de la joven Iglesia- llega también a los no judíos. Leemos como Pablo y
Bernabé, huéspedes de la Iglesia de Antioquía durante un año, “instruyeron a
muchos”.
Tenemos a nuestro alrededor muchos “griegos”. Pidamos
a María que, a ejemplo de Bernabé -era un hombre bueno-, nos dejemos llenar por
el Espíritu Santo. Lo que entonces fue una multitud considerable que se adhirió
a la fe se transformará ahora en una multitud de pequeñas gracias repartidas
por todo el Cuerpo Místico, que no vemos, ni veremos hasta el cielo. Pero
estemos seguros de que lo que hagamos ahora, viviendo de fe, tiene repercusión
en toda la Iglesia.
Nos cuenta la primera lectura de hoy que Bernabé
“exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño”. Nosotros hoy
pidamos a María, en la antesala de su mes, la gracia de convertirnos de nuevo,
de adherirnos, de permanecer muy unidos al Señor.
De tan buen maestro salió un discípulo aventajado, que
vivió desde entonces con total entrega su unión con Jesucristo y predicó
incansable el evangelio a los gentiles. Por eso hoy podemos constatar como se
alaba al Señor, no solo desde el pueblo judío, sino desde todas las naciones.
Alabad al Señor, todas las naciones, porque él es el
buen pastor que da la vida por sus ovejas, estén en el redil que estén. Sigamos
pidiendo, entre alabanza y alabanza, que escuchemos su voz, que le sigamos, que
nadie nos arrebate de su mano.
Se llena el corazón de una confianza inmensa cuando
escuchamos al Señor decir: “yo les doy la vida eterna”, “lo que mi Padre me ha
dado es más que todas las cosas”. “nadie puede arrebatar nada de la mano de mi
Padre”. Nosotros somos ese regalo que el Padre ha puesto en manos de su Hijos,
para que nos dé la salvación. Si nos convertimos a él, si nos adherimos a él,
si permanecemos unidos a él, nada no arrebatará de su lado.
Terminemos nuestra oración pidiendo por el mundo, que se concreta en los que tenemos más cerca. Para qué andar discutiendo de esto o de aquello, criticando a éste o a aquel. Transmitamos la paz de Cristo resucitado, dejemos caer que hay una alegría profunda en el encuentro con Jesús, dejemos que se transparente en nuestra vida.