Espíritu Santo…, ven.
Santa María, intercede…
(Breve momento de silencio para
entrar en la presencia de Dios, que esperaba ardientemente este encuentro
conmigo).
Hoy los puntos van por nivel de
experiencia en la vida de oración. Busca cuál es el tuyo:
1. Nivel amateur:
Llegas a la oración, concéntrate,
lee las lecturas, y mira a ver qué te llama más la atención. Te surge la
pregunta: ¿cómo llevo esto a mi vida?
Posiblemente lo que más te pueda
llamar la atención sea el evangelio: no puedes ocultar tu vida de cristiano, ha
de ser toda ella misión. Pide gracia para ser instrumento y dócil al amor de
Dios, que te envía como misionero, allí donde vives. Saborea el final del
evangelio: “Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
2. Nivel pro:
Tu misión sabes que no depende de
lo que hagas, sino de lo que ardas de amor en tu buen Dios.
Adéntrate en estas palabras de
Pablo: “Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo; mi palabra y mi
predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y
el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los
hombres, sino en el poder de Dios.”
Presenta al Buen Dios tu pobre
vida en este rato de oración. Sin otra pretensión más que arder en su amor.
Pide la gracia de desaparecer en Él, de dejarte transformar pasivamente por
medio de los acontecimientos de tu día hoy en quien Él sueña en ti. Nuestra
santificación no se da al margen de la vida, sino en la vida: “El Espíritu lo
sondea todo, incluso lo profundo de Dios”.
3. Habría un tercer nivel de
oración. Es el más sencillo, y el más directo para llegar a Dios. Y el más
necesario, pero el más difícil de realizar en el trajín diario: contemplar a
María, entrar en su escuela. Dejar que irradie su figura en nosotros. Así
dejaremos de ser los protagonistas de nuestra vida, y nuestra vida hablará de Otro,
del Resucitado.
Acabar dando gracias… No cansarse nunca de estar empezando siempre, es creer que Dios es Padre, y nosotros sus hijos.