He encontrado en la red este comentario que me parece
magnífico: “Como a la sombra de la solemnidad del Corazón de Jesús, la Iglesia
coloca el recuerdo (la memoria obligatoria) del Corazón inmaculado de María.
Sí, realmente, es obligado recordar y contemplar el Corazón de María tras haber
considerado el significado del Corazón de Jesús. Porque, si el Verbo se hizo
carne, y recibió así un corazón de carne, María es la carne del Verbo, aquella
de la que el Verbo del Eterno Padre tomó su carne mortal. También del Corazón
de María tenemos los cristianos mucho que aprender. Del Corazón manso y humilde
de Jesús recibimos la revelación de la sabiduría del amor. Del Corazón de María
aprendemos a aceptar y asimilar esa sabiduría. Porque ese aprendizaje no es
cosa fácil. No todo está claro desde el principio. No nos creamos tan listos:
no todo lo entendemos de una vez y a la primera. La sabiduría del amor va al
centro de nuestro ser, a sus estratos más profundos, y esto exige un proceso
que no está exento de dificultades, de incertezas y de angustias. En nuestro
caso, porque, además, existen determinadas resistencias y cerrazones.
Somos con frecuencia como el hijo aquél que decía “Sí,
voy”, pero después no iba (cf. Mt 21, 2-32): profesamos la fe con ortodoxia,
pero no siempre nos lo creemos del todo, y, desde luego, muchas veces no
actuamos en consecuencia. Para llegar a entender de verdad, de corazón y no
sólo teóricamente, se requiere paciencia y perseverancia. Y en esto María es
para nosotros maestra de vida cristiana. En ella no había resistencia alguna,
su “fiat” es completo e incondicional. Pero también ella tiene que hacer
ese proceso de fe en el que no todo está claro de entrada. También ella pierde
de vista a Jesús, siente la angustia de una búsqueda que no da fruto inmediato
(los tres días de búsqueda nos hablan, de hecho, de los tres días que van de la
muerte a la resurrección), también ella escucha de Jesús cosas que no le
resultan claras… Pero, en vez de hacer lo que solemos hacer nosotros,
“interpretar” según nuestro leal saber y entender, tratando de domar la
Palabra, María “conservaba todo en su corazón”, dejando con paciencia y
confianza, con fe verdadera, que la Palabra madurara, que penetrara hasta esas
profundidades del alma en las que sólo es posible una comprensión a su tiempo y
completa. Así es el corazón humilde, el corazón abierto, el corazón que ama, el
corazón de madre, el Corazón Inmaculado de María. Si hemos de imitar a Jesús,
el manso y humilde de corazón, ¿no habremos de imitar también a aquella de la
que ese corazón tomó su carne?”
Quisiera añadir una anécdota para los más jóvenes que
me ocurrió ayer en el Instituto. Los chicos que están en esa edad en que se dan
mucho a sus amigos, ayudándoles sobre todo en los estudios o cuando les piden
los ejercicios, se sienten defraudados cuando no son correspondidos, sobre todo
si esperaban algo de cariño. Y yo les ponía el ejemplo de la madre de uno de
los que estaba allí que tiene un hermano con una gran discapacidad y la madre
se dedica día y noche a él, sin muchas veces ser correspondida. Nos puede pasar
también con las personas mayores a las que cuidamos. Pero amar engrandece el
corazón, por el mero hecho de hacerlo. Nos hace mejores personas, nos ayuda a
devolver a nuestro semblante el rostro del Señor. Como dice la primera lectura:
“Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo al Señor”
Si nos cansamos hoy en la oración, lo tenemos muy fácil, recurrir a repetir el Salmo, que es maravilloso.