Después de la Solemnidad de
Pentecostés con la que ha concluido el tiempo pascual se celebran sucesivamente
tres grandes fiestas litúrgicas que recapitulan y sintetizan nuestra fe en Dios
que se nos ha revelado como Amor: La Fiesta de la Trinidad -Dios es familia-,
la del Corpus Christi -la Eucaristía es síntesis de toda la historia de la
salvación- y el próximo viernes la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús -Dios
nos ha amado con un Corazón como el nuestro, herido por nuestro amor-.
La Solemnidad de este día, el
Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos invita a adorar a Jesucristo, presente en a
Eucaristía, Misterio supremo de nuestra fe y Sacramento del Amor. “Nadie come
esta carne sin antes adorarla”, decía san Agustín: lo haremos en la Santa Misa
que es en sí misma el mayor acto de adoración y después en la sencilla procesión
eucarística que este año se realizará en el interior de los templos. Nos puede
ayudar a preparar el corazón rezar las oraciones que el Ángel enseñó a los
pastorcillos de Fátima antes de las apariciones de la Virgen: “Dios mío, yo
creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran,
no esperan y no te aman”. “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del
mundo, en reparación de los ultrajes con los que Él es ofendido. Por los
méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de
María, te pido la conversión de los pecadores”. A hacer estas súplicas pedimos
perdón también por nuestras faltas de fe y de amor y suplicamos nuestra
conversión.
La Palabra de Dios en este día
pone en el centro el relato de la institución de la Eucaristía según el
evangelio de san Marcos. Nuestra oración ha de ser especialmente escuchar las
palabras de Jesús dándonos la Eucaristía, meditarlas con espíritu de acción de
gracias. En una ocasión el papa emérito Benedicto XVI dijo sobre ellas: “Toda
la historia de Dios con los hombres se resume en estas palabras… Jesús no sólo
pronuncia palabras. Lo que dice es un acontecimiento, el acontecimiento central
de la historia del mundo y de nuestra vida personal. Estas palabras son
inagotables” (15-VI-2006). Si escuchamos con fe veremos que en efecto así
es:
En la víspera de su Pasión,
durante la Cena pascual, el Señor tomó el pan en sus manos y, después de
pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: "Tomad,
este es mi cuerpo". Después tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio y todos
bebieron de él. Y dijo: "Esta es mi sangre de la alianza, que es
derramada por muchos" (Mc 14, 22-24).
En el Misterio de la Eucaristía
se contiene la historia de Dios con nosotros: la Creación, pues el pan y el
vino son fruto de la tierra y del trabajo del hombre; la Encarnación, pues Dios
ha tomado un cuerpo como el nuestro para entregarlo; la Redención, pues Jesús
entrega su Cuerpo en la Cruz y derrama su Sangra para redimirnos. Es el
acontecimiento central de nuestra vida, pues la Eucaristía contiene todo el
Amor de Cristo hasta el extremo de dar la vida por mí. Jesús en la Eucaristía
está en acto de amor hasta el extremo. Es el acto que ha redimido la humanidad.
Las lecturas primera y segunda
ponen el acento en la Sangre de Cristo, “que se ha ofrecido a Dios como
sacrificio sin mancha, para purificar nuestra conciencia de las obras muertas”
(Heb 9,14). Nos puede ayudar a meditar en este misterio las encendidas palabras
de santa Catalina de Siena a su confesor: “Ahogaos en la sangre de Cristo
crucificado, y bañaos en la sangre, embriagaos de la sangre, revestíos de la
sangre. Y si hubierais llegado a ser infiel, bautizaos de nuevo en la sangre;
si el demonio hubiese ofuscado el ojo del intelecto, lavaos el ojo con la
sangre; si hubierais caído en la ingratitud de los dones no conocidos, sed
gratos en la sangre… En el calor de la sangre disolved la tibieza y en la
lumbre de la sangre caiga la tibieza y sed esposo de la verdad”.
Una cosa es cierta: ante un don tan grande como la Eucaristía no cabe el corazón tibio. Hoy hay que aventurar la mejor alabanza y adoración porque el don nos supera por todas partes. Pidamos ayuda a la Virgen y a san José.