Hoy nos ayuda a orar este texto
del papa Benedicto XVI en el Ángelus del día 24-06-2012:
“Hoy, 24 de junio, celebramos la
solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista. Con excepción de la
Virgen María, el Bautista es el único santo del que la liturgia celebra el
nacimiento, y lo hace porque está íntimamente vinculado con el misterio de la
Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, desde el vientre materno Juan
es el precursor de Jesús: el ángel anuncia a María su concepción prodigiosa
como una señal de que «para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37), seis meses
antes del gran prodigio que nos da la salvación, la unión de Dios con el hombre
por obra del Espíritu Santo. Los cuatro Evangelios dan gran relieve
a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo
Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al
Consagrado del Señor. De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan
con estas palabras: «Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero
delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha
nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el
reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 10-11).
El padre de Juan, Zacarías
—marido de Isabel, pariente de María—, era sacerdote del culto del Antiguo
Testamento. Él no creyó de inmediato en el anuncio de una paternidad tan
inesperada, y por eso quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al
que él y su esposa dieron el nombre indicado por Dios, es decir, Juan,
que significa «el Señor da la gracia». Animado por el Espíritu Santo,
Zacarías habló así de la misión de su hijo: «Y a ti, niño, te llamarán profeta
del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando
a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados» (Lc 1, 76-77). Todo esto
se manifestó treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a bautizar en el río
Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la
inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia
en el desierto de Judea. Por esto fue llamado «Bautista», es decir,
«Bautizador» (cf. Mt 3, 1-6). Cuando un día Jesús mismo, desde
Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó, pero luego aceptó, y
vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celestial que
lo proclamaba su Hijo (cf. Mt 3, 13-17). Pero la misión del Bautista
aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le pidió que precediera a Jesús
también en la muerte violenta: Juan fue decapitado en la cárcel del rey
Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios, al que antes había
reconocido y señalado públicamente.
Queridos amigos, la
Virgen María ayudó a su anciana pariente Isabel a llevar a término el embarazo
de Juan. Que ella nos ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de
Dios, a quien el Bautista anunció con gran humildad y celo profético”.
Oración final
Dios, creador y restaurador del hombre, que has querido que tu Hijo, Palabra eterna, se encarnase en el seno de María, siempre Virgen, escucha nuestras súplicas, y que Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne hacernos partícipes de su condición divina. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.