Empezamos la oración ofreciendo
al Señor nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente
ordenadas al servicio y alabanza de Su divina majestad.
Hoy es el día del Papa. Día
grande en que elevamos nuestra oración por las intenciones de nuestro Santo
Padre y de sentirnos orgullosos de pertenecer a la Iglesia Católica, la única
Iglesia fundada por Jesucristo y donde se ha mantenido la sucesión apostólica a
lo largo de los siglos, muy unida precisamente a la figura del sucesor de
Pedro. Siempre me ha impresionado esta realidad. A veces nos cuesta ver en
nuestra jerarquía, el Papa y los obispos, el signo visible e indiscutible de
Pedro y los apóstoles, pero es una realidad gozosa.
Por otro lado, la liturgia nos
ofrece unas lecturas preciosas. “Mientras Pedro estaba en la cárcel
bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” … Ya
en estas primeras comunidades cristianas se reconoce el liderazgo de Pedro y la
unidad que creaba en torno a todas ellas, sobre todo para la oración. Que
experimentemos también nosotros hoy, al saber que en muchas partes del mundo
hay un cristiano rezando por el Papa, ese sentimiento de unidad y de identidad
en torno a la figura del Santo Padre.
En el salmo 33 vemos los frutos
de esa oración confiada: “El Señor me libró de todas mis ansias” … “El
ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué
bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él”. Aprovecharía mucho a
nuestra oración que podamos repasar despacio este salmo.
Pero también recordamos a San
Pablo, este apóstol incansable del Señor y con gran celo por las almas… “Él
me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me
salvará y me llevará a su reino del cielo” ... Pablo sabe que su
partida es inminente y desde ya pone su confianza absoluta en el Señor, quien
le librará de todo mal, le salvará y le llevará a su reino del cielo.
Aprendamos de Pablo a suspirar por el cielo.
Y en el Evangelio se nos presenta
la escena que fundamenta el encargo de Jesús al primer Papa de la
historia “Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las
llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el
cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Fue
voluntad de nuestro Señor contar con Pedro, hombre con múltiples limitaciones,
pero plenamente enamorado del Señor.
Terminamos pidiéndole a la Virgen nos conceda, a ejemplo de San Pedro y San Pablo, la fidelidad y la perseverancia en la misión que nos ha encomendado el Señor.