Desde mitad de la naturaleza,
desde una cumbre de montaña, desde una pequeña capilla o desde una habitación
de casa, elevemos hoy de nuevo nuestro corazón hacia el Corazón de Cristo,
pidamos luz al Espíritu Santo y abramos la Sagrada Escritura, para
enriquecernos en este domingo con el alimento de su Palabra.
Las lecturas de hoy nos hablan de
muerte y de vida, del Señor que nos salva, nos despierta de un sueño profundo,
nos libera de una muerte eterna y nos conduce a la vida verdadera. Camino que
no recorremos solos, sino unidos, en comunión, en fraternidad, con los que
tenemos más cerca, pero abrazando en el deseo y encomendando las necesidades de
todos los hombres.
La primera lectura, del libro de
la Sabiduría, nos habla del plan original de Dios: todo lo creó para que
subsistiera, creo al hombre para la inmortalidad. Pero, más todavía, nos hizo a
imagen de su propio ser.
Por la envidia del diablo, dice
la lectura, entro la muerte, el mal ha llegado hasta nosotros, pero la
confianza en Cristo, el Salvador, nos lleva a decir con el salmo: te ensalzaré,
Señor, porque me has librado.
En un primer momento de oración
contemplemos cualquiera de las dos escenas que nos presenta el evangelio: la de
la mujer que con solo tocar el manto de Jesús quedo curada de su larga
enfermedad, y la de la niña -12 años- que creían muerta y de la que Jesús dijo:
está dormida. Para luego despertarla diciendo: Talitha qumi. Que
era como decir: muchacha, ¡levántate!
Cómo no recordar aquí, para los
que la conocéis, la canción de Rogelio. Cómo no volver nuestra mirada hacia
tantos jóvenes que parecen muertos, que dejamos a un lado porque pensamos que
no quieren saber nada de Dios, y que para Jesús están solo dormidos, esperando
que una voz les diga: ¡Levántate! ¡Cuántos jóvenes y familias participaremos
este verano en actividades del Movimiento de Santa María y escucharemos de
nuevo esas palabras de Jesús, que nos invitan a volver a la tarea
evangelizadora con nuevos ánimos, despertando nuestros corazones y ayudando a
despertar a otros!
En ese camino de misión las
palabras que san Pablo nos dirige hoy nos ayudan a salir de nosotros mismos, a
dar desde el fondo del corazón, a dar de nosotros mismos. Nos pide
distinguirnos por nuestra generosidad, con la vista puesta en el que, siendo
rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Nos marca
la ruta en la vivencia de la Campaña de la Visitación, en la imitación del
veraneo de María: hacernos pobres para enriquecer a los que nos rodean, buscar
el último lugar, acercarnos sin miedo a los mas necesitados de ayuda, luz,
cariño.
Podemos terminar la oración
volviendo los ojos al Padre y recitando despacio el Salmo 29 que nos propone
hoy la liturgia:
Te ensalzaré, Señor, porque me
has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.
Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo.
Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.
Amen.