Jesús en el evangelio de hoy nos
enseña a orar. La oración de Jesús expresa el espíritu filial, “clama Abbá,
Padre”. “La prueba de que sois hijos es que
Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá,
Padre!” (Gal 4,6). Jesús mismo ora diciendo Abbá, como nos relata san Marcos en
la oración de Getsemaní en el momento de prueba. También en el gozo: En aquel
tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: «Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre,
porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie
conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y
aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
El hacer la
oración con las palabras de Jesús hace que en todo vivamos, como san Pablo, el
evangelio de Jesús. Así hacemos de nuestra vida una contribución al crecimiento
de la Iglesia, cuerpo de Cristo.
Las lecturas de
hoy, por consiguiente, unen dos realidades necesarias en nuestra vida
cristiana: la oración y el apostolado; una oración filial y un apostolado
absolutamente integrado en la Iglesia.
Oremos pues en
el corazón de Cristo dejando que él nos guie como a san Pablo.
Termino con este
himno de la liturgia de las horas:
Padre nuestro,
padre de todos,
líbrame del orgullo
de estar solo.
No vengo a la soledad
cuando vengo a la oración,
pues sé que, estando contigo,
con mis hermanos estoy;
y sé, estando con ellos,
tú estás en medio, Señor.
No he venido a refugiarme
dentro de tu torreón,
como quien huye a un exilio
de aristocracia interior.
Pues vine huyendo del ruido,
pero de los hombres no.
Allí donde va un cristiano
no hay soledad, sino amor,
pues lleva toda la Iglesia
dentro de su corazón.
Y dice siempre "nosotros",
incluso si dice "yo".