Espíritu Santo…, ven. Santa
María, Virgen, Madre y discípula…, intercede.
Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras dificultades, decía Isaías.
¿De qué van hoy nuestro alimento
de la Palabra de Dios? De personas que están sufriendo una dificultad, y que se
acercan a Yahvé/Jesús para que les conceda lo que le piden. Es decir, de cada
uno de nosotros.
Aunque también hay historias
(Sara, la suegra de Pedro) en las que es Dios quien se acerca y cura por pura
iniciativa. ¿No será también nuestro caso?
Parecería que las lecturas de hoy
van del genio de la lámpara mágica y los tres deseos que pedimos a nuestro
Dios, capaz y dispuesto siempre a concedernos todo. ¡Cuántas veces es esa
nuestra actitud con Dios un tanto egoísta y aprovechada!
Y, sin embargo, parece que la
invitación que hoy recibimos va más de lo del centurión romano (quizás aún no
cristiano, seguro no cristiano viejo con derechos adquiridos) que se aproximó
con sagrado respeto al Señor. Y Este, acogió su plegaria por la fe que
mostró: En verdad os digo que en Israel nunca he encontrado tanta
fe. ¡Cómo te agradaría, Señor, la fe de este hombre…!
Fe: confianza, fiarse de…,
ponerse en sus manos, dejarse hacer sin pedir explicaciones, reconocer su
poder, no creerse con derechos, reconocerse pobre y necesitado, ponerse a su
escucha, disponibilidad interior…
Reviso mis peticiones al Señor:
¿me busco a mí mismo aprovechándome de Él? ¿o pongo en sus manos mis
necesidades, en un movimiento de adoración, servicio y donación para con Él?
Pedir puede ser un acto de egocentrismo o de adoración. Solo pide el jeta,
o el que se sabe pequeño y confía en la bondad gratuita del otro. El primero,
vuelve a su ombligo después de recibir lo que necesitaba; el segundo permanece
agradecido y se dona al Donante, en la pobre medida de sus capacidades.
Saco conclusiones, reflecto sobre
mí mismo, y pido la gracia de encarnar la máxima ignaciana: en todo
amar y servir. Que en la fortaleza y en la necesidad, seamos todo del
Señor.
Terminar con el examen de la
oración. La vida queda siempre marcada por una oración virginal, no podemos
abalanzarnos de la misma forma que antes sobre las cosas, después de
descubrirnos mirados por Cristo.
¿Señor, qué mandas hacer de mí?