A veces, poner a prueba nuestras
seguridades saca a la luz nuestro verdadero yo.
El cristiano de hoy no es muy
distinto a aquellos apóstoles que, teniendo al mismo Cristo con ellos, dudan de
la preocupación de Jesús por ellos. Incluso, llegan a pensar que su vida no
vale nada a los ojos de su Maestro que, aparentemente, duerme.
Tal es su incredulidad que después
de pedir a Jesús que les libre del inminente peligro de hundirse, se asombran
de que haya podido salvarlos.
Como estos apóstoles, corremos el
riesgo de que Jesús se convierta en nuestro talismán, que solo es útil hasta
que deja de cumplir con nuestras expectativas, donde lo providencial es mera
casualidad, y el cumplimiento de aquello que pedimos sea una simple
coincidencia.
No esperemos a ver nuestra barca anegada en mitad de una tormenta para reconocer que nuestra vida está en manos de Quién ha dado su vida por nosotros, y permanece con nosotros en tiempos de tormentas y de bonanza.