La oración es un ejercicio del Espíritu Santo en mi alma. Jesús me concede su Espíritu, que es una presencia viva en interior, que con sus dones me ilumina y vivifica. Por eso inicio la oración suplicando: ¡Padre, en el nombre de Jesús, dame tu Espíritu!
El evangelio de este día de cuaresma nos presenta el segundo signo que hizo Jesús en su vida pública, después de la conversión del agua en vino en las bodas de Caná. Es un milagro que muestra la eficacia de la Palabra de Jesús. Un funcionario real le pide que baje de Caná a Cafarnaún para curar a su hijo enfermo. Jesús se queja de que le pidan un prodigio, pero el padre insiste. Sólo la forma de dirigirse a Jesús y de llamarle indica que ve en él un misterio superior: “Señor”, Kyrios, que es una palabra reservada para la divinidad. “Señor, baja antes de que se muera mi niño”. Cuando el Señor le responde: “Anda tu hijo está curado”, aquel hombre se conforma con la palabra de Jesús. Ya no necesita que vaya a verle: “El hombre creyó en la Palabra de Jesús y se puso en camino”. Mientras va de camino, vienen a su encuentro para decirle que su hijo está curado. Comprueba que la curación ha sucedido a la misma hora en que Jesús ha dicho: “tu hijo está curado”. El final del relato muestra la onda expansiva de la fe: “Y creyó él con toda su familia”.
Este evangelio quiere que imitemos la fe del funcionario real. Rebobinando la historia vemos todos los rasgos de fe de este personaje evangélico:
- Ha oído hablar de Jesús y va a verle, desplazándose desde Cafarnaún a Caná.
- Le pide que cure a su hijo. Ante la evasiva de Jesús, insiste.
- Le llama “Señor”, confesando que Jesús pertenece a la esfera de lo divino.
- Cree en la palabra sola de Jesús, sin pedir más gestos.
- Comprueba que la palabra del Señor se cumple.
- Hace partícipe a los suyos de la fe.
Hay una similitud con el primer signo que hace Jesús en las bodas de Caná a petición de María: también Ella recibe una aparente evasiva de su Hijo (“no ha llegado mi hora”), para después decir: “Haced lo que Él os diga”. El señor quiere comprobar la firmeza de nuestra fe y de nuestra confianza, perseverando en la súplica y estando dispuestos a hacer su voluntad, “lo que él nos diga”. El funcionario de Cafarnaún se pone en camino sin pedir más explicaciones, después de escuchar a Jesús que su hijo está curado. Nuevamente, la hora de Jesús llega cuando hacemos lo que Él nos dice con fe.
El funcionario real no guardó su fe para sí mismo: con toda su familia se hicieron discípulos de Jesús. Ha experimentado el poder divino de la palabra de Jesús: El Maestro de Galilea es el “Señor”. También nosotros si hemos comprobado que la Palabra de Cristo es Vida, sentiremos la necesidad de que otros lo experimenten. La fe es contagiosamente alegre.
Concluyo mi oración con la frase del salmo con el que se inicia la misa de este día: “Yo confío en el Señor. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción” (salmo 30).