Oración preparatoria: le pido gracia a Dios nuestro Señor para que en esta oración de hoy y durante todo el día esté movido únicamente por el amor de Dios y el servicio a los hermanos.
La Palabra de Dios: Nos encontramos con la narración de la parábola del Hijo pródigo que tantas veces hemos escuchado y orado. ¿Qué cosa nueva nos puede decir hoy? Tenemos que acogerla como regalo para cada uno de nosotros hoy, con la novedad de que nos ponemos ante ella y Dios quiere hablarnos.
La parábola viene precedida por el texto de Miqueas en el que nos encontramos con una de las más hermosas descripciones del amor de Dios. El profeta lo proclama, no duda de ello y nos describe el perdón como el rasgo más propio del amor de Dios. ¡Qué Dios como tú, que perdona el pecado y absuelves la culpa! Detente en esta expresión y proclámala en primera persona, es también la historia de amor de Dios contigo. Esta es la novedad de la oración de hoy, el grito de tu corazón que dice: ¡gracias Padre por tu perdón manifestado tantas veces para conmigo! Continúa el profeta: Dios se complace en la misericordia, y volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, y arrojará a lo más hondo del mar todos nuestros delitos.
¡Qué impresionante!, ¿no te parece? Saborea cada palabra. Dios… “se complace en la misericordia”. “Extinguirá nuestras culpas”. “Las arrojará a lo más hondo del mar”. La oración de hoy tendría que ser un mar de lágrimas saboreando el amor de Dios, un reconocimiento de este amor para conmigo y una confianza total en Dios que siempre me mira desde su misericordia. Ningún pecado te aleja ya de Dios. Para Dios, entre tú y Él solo existe el amor.
Con este preámbulo, relee la parábola del hijo prodigo y déjate llevar sin prisa de cada detalle. El Señor la dijo para aquellos que en aquel momento no confiaban en la misericordia de Dios.
Te propongo un camino, unido al que nos proponía el profeta: fijarte en el Padre de la parábola y en su amor por el hijo y ver como el Padre de la parábola “se complace en la misericordia”, “extingue la culpa del hijo”, y “arroja todos sus pecados a lo más hondo”. Bien podrá el hijo prodigo exclamar con el profeta: ¡que Dios como tú, que perdona el pecado! Y también tiene que ser tu experiencia.
El Padre se complace en la misericordia: había tratado con amor al hijo desde siempre, le había dado la herencia, le había visto alejarse, le había esperado cada día mirando el camino de vuelta. ¡Ya se complacía en la misericordia esperando la vuelta del hijo! Por eso cuando le ve volver aparecen los gestos más entrañables de esta misericordia: el abrazo. El padre estaba conmovido. Así es Dios siempre, espera, mientras espera ama, se conmueve por nosotros, y nos abraza.
El padre extingue la culpa del hijo, y le prepara la fiesta del perdón, sobreabundante, que supera cualquier expectativa del hijo. Así también Dios conmigo, que si me dejo perdonar superará conmigo todo lo que haya podido imaginar. Solo hay que confiar, confiar, confiar.
El padre arroja los pecados del hijo porque ya no existen sólo es importante “…que este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido”. La muerte que el pecado causa en nuestro interior y también en nuestras relaciones, desaparece, se resucita a la vida. La vida del amor renovado. Es posible rehacer la vida desde el amor y la misericordia.
Repite esto todo el día: “Dios se complace en la misericordia”.