Cuando Dios quiso dar al mundo las Tablas de la Ley, las dio en el silencio del Sinaí. Cuando quiso comunicar a los hombres el misterio de la Encarnación, lo hizo en el silencio y la soledad de Belén. Oró en la soledad del desierto. Murió en la soledad de la cruz... San Pablo se retiró para madurar su conversión al desierto de Calcidia. Todos los grandes hombres se han retirado a la soledad... Solamente en el silencio Dios comunica sus secretos al alma, pero hoy parece que nosotros, no tenemos tiempo para pensar. Sin embargo, es difícil que nos podamos alimentar de la palabra de Dios, si solo vivimos inmersos en el ruido y en la prisa.
Cuando hacemos oración nos ponemos delante de Dios y en clima de eternidad; las cosas que nos rodean adquieren su verdadera dimensión; no se sobrevaloran, captamos el verdadero sentido de la realidad. Sin embargo, cuando el hombre pierde de vista la dimensión sobrenatural hay algo como que se rompe en su interior. Jung, siquiatra y el discípulo más adelantado de Freud decía: “Vienen a nuestros despachos psiquiátricos hombres y mujeres a buscar hoy lo que antes encontraban en la religión: la paz”. Y es que no puede haber paz en el corazón que ha dado la espalda a Dios. Otro psiquiatra, Victor Frankl, creador de la Logoterapia, apunta en la misma dirección. Según él, el 30 por 100 por lo menos de las neurosis actuales son debidas, no a la represión sexual, sino a la represión de la tendencia que tiene al hombre de ir hacia Dios, desviándola con otros sucedáneos: la droga, el sexo, la televisión, o lo que sea –fabricándose otros dioses- , porque cuando el hombre da la espalda a la luz, entonces empieza a creer en las tinieblas: se vuelve deslumbrado hacia otras cosas , derrochando mucha más fe para no creer en Dios que para creer.
Y todo esto ocurre porque no se hace oración.
Tenemos que buscarnos ratos de silencio. Podemos hacerlo; ¿no sacamos tiempo de donde sea cuando una cosa nos interesa? Tenemos que hacer Retiros Espirituales, en silencio. Si amamos a Dios, tenemos que buscarlo cada día un rato, en el silencio de los sagrarios, en la soledad de la habitación, para encontrarnos con El.
Todo esto ¿es espiritualismo o es vivir el realismo cristiano? ¿es ignorar los signos de los tiempos?
Miremos a los santos creadores de obras que son pujantes en nuestros días: San Ignacio de Loyola, San Francisco de Asís, La Salle, San Juan Bosco y otros muchos. ¿De dónde sacaban la inspiración y fortaleza para sus obras y sus vidas? de su unión con Dios; de la oración. Los santos han sido los grandes reformadores sociales. Los demás no han hecho más que predicar la cuestión social, pero no la han vivido.
Miremos a la Virgen y aprendamos cómo Ella “guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Luc 2)