“Mi oración se dirige hacia ti, Dios mío, el día de tu favor; que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude”.
“Ten piedad de nosotros y danos por la humilde confesión de nuestros pecados, tu perdón y tu paz”.
Estas son la antífona y la oración de entrada para este día que nos sirven para ponernos en la presencia de Dios y directamente entrar en oración.
Dios es fiel, por los profetas nos lo dice, ellos son testigos. Pero es más, por ellos nos dice lo que tenemos que hacer y aunque esta mañana se lo preguntemos: “Señor, ¿qué tengo que hacer? Puedes escuchar, si el Espíritu Santo no te inspira otra cosa lo que por boca de los profetas nos dice el Señor:
¡Salid!
¡Venid a la luz!
¡Convertíos!
Es el padre bueno que no nos abandona. Tanto es así que nos pone el ejemplo de la madre:”Aunque la madre abandonara a su hijo, pues aunque ella se olvide-nos repite- YO NO TE OLVIDO”.
¡Qué Padre tenemos! Teníamos que decir con el profeta Miqueas:” ¿Qué Dios se puede compara contigo, Señor que nos perdonas todos nuestros pecados? Pero no solo nos perdonas sino que manifiestas tu poder principalmente perdonando -¿qué Dios como tú?- Pero no es suficiente: Te complaces en perdonar. Esto ya me trastoca, es decir, que conociéndome como me conoces Señor, tu gozo está en perdonarme. Ahora entiendo un poco más la parábola del Hijo Pródigo. Por qué salías todos los días al altozano a ver si volvía el hijo perdido. Y si es así que sientes una alegría inefable en perdonar ¿cómo no acudimos corriendo a ti a confesar nuestros pecados y los sacerdotes no darían abasto? ¡Ah!, ya sé, porque no te conocemos; no conocemos tu gran misericordia a pesar que todos los días la Iglesia en las lecturas nos está repitiendo: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Señor, somos duros de cerviz, perdónanos, tu eres clemente y misericordioso. Es lo que nos dice también hoy el salmo.
Jesús en el Evangelio, sigue trastocando la ley de los fariseos que se resisten a creer pues le consideran un atrevido que se atreve a llamar a Dios “Padre, ABBÁ”; se hace igual a Dios, viola el sábado, come con prostitutas y pecadores,… En este Evangelio se presenta como la imagen perfecta del Padre, hace las mismas obras, resucitar, da vida eterna, pero no por su cuenta sino por voluntad del Padre.
Puedo pasarme toda la vida y no conocer a Dios, a pesar de hacer oración todos los días, retiros, exámenes, ejercicios,…Se nos puede escapar la vida y es muy lamentable llegar al final sin conocerle completamente. Y es que este conocimiento se transmite cuando posponemos en nuestro lugar: el indigente-que no nos lo acabamos de creer- nos lo dice Benedicto XVI en el documento para esta Cuaresma: “No le conoceremos si no salimos de nuestra ilusión y autosuficiencia (amor propio de energúmeno, vida montada, rutina, mediocridad que en toneladas llevamos encima y que no queremos o no podemos quitar) para aceptar la indigencia propia, la de los demás y la de Dios para que se pueda comunicar (darse a conocer) con nosotros”.
Solo entonces, el perdón y la amistad es una exigencia de Dios.
Busquemos la conversión cada día, cada momento, reconozcamos nuestra indigencia y entonces Dios entrará a velas desplegadas en nuestro ser y hacer. Haremos las obras del Señor porque somos pertenencia suya, como lo fue María, exclusivamente suya.