Hoy, festividad del Sagrado Corazón de Jesús. Día para renovar nuestra consagración a ése Corazón que “tanto ha amado a los hombres”. Para reparar tantas ofensas que se cometen contra Él. Pero, sobre todo, para abandonarnos confiadamente en Él. ¡Cuantas veces no habremos repetido esa jaculatoria: “Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío”.
El pasado 18 de abril era beatificado un apóstol del Sagrado Corazón, Bernardo Hoyos. Un 12 de junio de 1733 escribía: “Declaro que es mi deseo puro y sincero olvidarme del todo desde esta hora y momento de mí mismo y de todas mis cosas, para que, quitados todos los impedimentos, pueda entrar en vuestro sacrosanto Corazón, que con singular misericordia me habéis abierto, y habitar en él”.
Y años antes, en 1679, otro insigne jesuita, san Claudio Colombiére (director espiritual y confesor de Sta. Margarita Mª de Alacoque), redactaba a una religiosa la siguiente carta, que puede constituir nuestros puntos de oración para este día privilegiado. Dice así:
Ruego a Nuestro Señor que tenga piedad de usted, según su grandísima e infinita misericordia.
Conmovido por vivo dolor he leído su carta, y no tanto por las faltas que ha cometido. Me hace sufrir más el estado lamentable en que esas faltas la han puesto, a causa de la poca confianza que tiene usted en la bondad de Dios y en la facilidad amorosa con que El recibe, según debía usted saberlo, a aquellos que más gravemente le han ofendido. Reconozco en su disposición presente los engaños y la malicia suma del espíritu maligno, que trata de aprovechar sus caídas para llevarla a la desesperación. Al contrario, el Espíritu de Dios la inclinaría a la humildad y a la contrición, y le inspiraría que buscase los medios de reparar el mal que ha hecho.
Si yo estuviera en su lugar, he aquí cómo me consolaría: diría a Dios con confianza: “Señor, he aquí un alma que está en el mundo para ejercitar vuestra admirable misericordia y para hacerla brillar en presencia del cielo y de la tierra. Los demás os glorifican haciendo ver cuál es la fuerza de vuestra gracia por su fidelidad y su constancia, cuán dulce y generoso sois para con aquellos que os son fieles. En cuanto a mí, os glorificaré haciendo conocer cuán bueno sois con los pecadores y que vuestra misericordia es superior a toda malicia, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe hacer desesperar del perdón a un pecador. Os he ofendido gravemente ¡oh mi amable Redentor! pero sería peor todavía si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois bastante bueno para perdonarme. En vano vuestro enemigo y mío me tiende cada día nuevos lazos; me hará perderlo todo, antes que la esperanza que tengo en vuestra misericordia. Aunque recayera cien veces y mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, siempre esperaré en Vos”.
Después de lo cual, comenzaría de nuevo a servir a Dios con mas fervor que antes, y con la misma tranquilidad que si nunca le hubiera ofendido.
Ruego a Dios de todo corazón que se digne bendecir estos consejos que le doy, con un afecto muy sincero y una confianza muy fuerte de que, si usted quiere seguirlos, recobrará la paz del alma, que le suplico en nombre de Jesucristo no pierda nunca, en cualquier desgracia que le sobrevenga.
Claudio La Colombiére